Leyendas Argentinas-del Noroeste Argentino

 

Nos encontramos en el extremo Noroeste del país, zona de puna, quebradas y valles. De tierras multicolores en las que destacan los cobres, los bermellones, los tonos terrosos y profundos de una tierra intensa y majestuosa. Sobrevuela un cóndor desplegando sus majestuosas alas en una espiral ascendente, busca la cima nevada de las montañas dónde tiene su nido.

De lejos llegan los sonidos de las cajas[1] que golpean las copleras[2], y la dulce melodía de sus voces.

Recurriendo al poder de la imaginación vamos a remontarnos en el tiempo hasta la época en que florecían en esta región una diversidad de comunidades indígenas, entre las cuales la más destacada era la de los diaguitas.

Nos acercamos a ellos escuchando atentamente los sonidos que el viento lleva de boca a oreja….. 


[1] Instrumento típico de percusión hecho con caja de madera, parches de cuero de cabra, tensores de cuero de vaca, que se percute con palitos tallados en madera de ancochis.

[2] La copleras son mujeres que se juntan por los caminos y a veces en las ranchadas para compartir sus dicho en forma de canto, como un modo de de mantener viva la relación con la naturaleza. Las coplas son típicas del norte argentino y suelen cantarse durante las festividades más importantes como son el carnaval, el 1 de agosto, veneración a la Pachamama, también para la fiesta de señalada de cabritos, y durante las yerras de vacas.

Keo

KEO

El silencio profundo apenas es interrumpido por el vuelo majestuoso de algún cóndor, que deteniéndose en lo más alto del cerro parece observar la

oscura mancha velada por la niebla, que es el valle a aquellas horas. A su alrededor se alzan las pedregosas montañas con sus cimas blancas de nieve y sus quebradas profundas que, a manera de pliegues inmensos, surcan la ladera.

Es la hora en que se aproxima la aurora y el paisaje se repliega en su soledad y silencio a la espera del milagro. De pronto un fulgor irrumpe y modifica el entorno, la nieve de las altas cumbres refulge con brillo de oro y el cielo se tiñe de rosas, violáceos y añiles. La luz se expande, la niebla se disipa y todas las cosas vivificadas adquieren su relieve.

Danzan infinitos matices verdosos en el valle conjugándose con los tonos castaños, los rojizos, los naranjas... mientras el cielo metamorfosea sus colores y el sol venciendo a las tinieblas asciende a su trono.

Parados en la cima del cerro, con la vista fija en oriente podemos sentir aún palpitante la presencia de la pequeña Keo….

En la cima de un cerro se alza un cardón con sus brazos extendidos y a su lado con la vista fija en oriente, una hermosa doncella aguarda la bendición de Inti[1], señor de la vida, del tiempo y de las estaciones, que al alcanzarla, magnánimo y generoso, la baña en su luz.

Sonriente retorna la doncella a la aldea que se alza en el valle, va acompañada por su inseparable llama[2] blanca, de andar ligero y elegante, de la que va tomando de tanto en tanto suaves cordones de lana. Es Keo, la hija del cacique Choro, que cada noche cuando el cielo se salpica de estrellas y asoma su faz mamá Quilla, la luna, pintando de plata los senderos, la niña emprende su ascenso, anhelando que el sol la descubra a ella antes que a ningún otro, y cada mañana cumplido su encuentro con la dorada luz, regresa a sus labores.

Desde lejos se divisa su fino rostro de color cobrizo, en el que resaltan los ojos grandes y negros de mirada brillante, que no abandonan al sol ni por un instante y la boca roja, sonriente… Enmarca el rostro el cabello lacio y renegrido que ha peinado en dos simbas[3]. Una fina manta de lana de vicuña con diversas guardas de variados dibujos en colores brillantes, cubre su vestido y en sus pies calza ojotas[4] de cuero que le permiten caminar segura sobre las piedras del camino.

La casa de su padre, está construida como tantas otras con grandes piedras colocadas las unas sobre las otras, formando un rectángulo amplio de muros anchos y poco elevados y puertas bajas con marcos de madera cardón[5]. Las flores amarillas de los grandes algarrobos que rodean la casa parecen juguetear con las estrelladas flores blancas y rosas del yuchán y del samohú. Las mariposas revolotean entre las flores y los pájaros llenan el aire con sus trinos melodioso

Keo extasiada contempla la fantástica belleza que la rodea y sus ojos regresan al cielo en busca de su amor dorado.

— ¡Keo...! ¡Keo...! — la llama con urgencia una voz familiar.

La niña se sobresalta y como si despertase de un sueño reemprende la marcha.

— ¡Ya voy madre! ¡Ya voy...!

La madre la espera junto a la puerta. Es una mujer joven y bella de estatura mediana y tez cobriza. Su rostro de salientes pómulos y mirada vivaz, refleja una belleza serena. Su cabello lacio y negro al igual que el de su hija, esta peinado en trenzas que, recogidas en forma de moños sobre ambos lados de la cabeza, sujeta con una vincha[6] de color vivo.

—No te entiendo hija ¿qué afán te mueve cada día hasta la cima del cerro?— le preguntó su madre con cierto dejo de reproche en la voz.

—Es Inti quien me llama, madre, para entregarme su primera luz—respondió muy suave la niña y sin más llevó a su llama hasta el corral de pircas[7].

La madre la miró desconcertada y siguió observándola mientras Keo, como acostumbraba hacerlo diariamente, se instalaba ante su telar colocado bajo las ramas protectoras de un tarco en flor y reanudaba el tejido de una manta que ya empezaba a mostrar la magnífica policromía de su fondo ocre conjugándose con variadas grecas blancas, rojas y negras.

Keo, olvidada de su madre y de todo, pues su mente y su corazón estaban fijos en Inti, trabajó mecánicamente, pasando una y otra vez el ovillo de lana de llama por los lizos [8], separados al golpe de los pedales, golpeando de tanto en tanto la tela con el peine para apretar el tejido y hacerlo compacto, cambiando el color de la lana y el dibujo que formaban las guardas.

Su madre preocupada se acercó con pasos suaves sin que la joven lo advirtiera de tan ensimismada que estaba.

— Keo...— la llamó — Keo... —insistió —, tu padre quería hablarte, pero te habías ido... Debe comunicarte algo importante... que tú tendrás que resolver...

Al oírla la niña miró a su madre.

— ¿Hablarme? ¿De qué quiere hablarme?

—Ya te lo dirá él a su vuelta... Ha ido a consultar al machi...

Keo asintió distraída y regreso a su tarea.

La madre inquieta e impotente, pensó en seguir hablando, pero la mirada ausente de su hija la detuvo. S in decir más se dirigió a la casa en busca de las madejas de lana que debía teñir en las ollas de barro conteniendo las tintas previamente preparadas, que estaba ya dispuestas cerca del telar de su hija.

Volvió la madre con las madejas listas para ser sometidas al teñido y las echó en los recipientes que colocó luego sobre el fuego a fin de hacer hervir su contenido, hasta que adquiriesen el color buscado. El marrón, lograda con resina de algarrobo; el rojo, obtenido con cochinilla colorada, y el amarillo, preparado con chilca. Keo seguía distante y callada, el único sonido que rodeaba a las mujeres era el ruido que hacía el pedal al ser golpeado para separar los lizos.

De pronto el sol se ocultó detrás de una nube, Keo, libre del poderoso influjo, despertó de su ensueño y le preguntó a su madre que en ese momento estaba colocando las madejas teñidas en salvado de maíz y agua donde debían quedar durante tres días.

—Madre, no me has dicho ¿para qué me buscaba mi padre? ¿Lo sabes?

—Sí, hija, lo sé.

— Dime entonces

—No es a mí a quien corresponde decirlo, ten paciencia, él pronto regresará.

—Nada bueno a de ser si callas— reflexionó Keo en voz alta ya punto estaba de insistir cuando el sol desde el cielo nuevamente limpio volvió a envolverla con su luz haciéndola olvidar de todo.

Ya oscurecía cuando regresó el curaca [9] Choro, su padre, acompañado por dos extranjeros vestidos como para las grandes ocasiones. Los presentó a su hija al tiempo que ellos el ofrecían a la joven sus respetos y presentes. El primero en saludarla le entregó un manojo de valiosas plumas de suri [10], el otro le ofrendó una finísima manta de lana de vicuña[11].

Keo desconcertada agradecía mientras miraba a su padre con un mudo interrogante

—Carahuay y Huamango son los enviados del gran curaca Sinchica que, enamorado de tu belleza desea hacerte su esposa. — le dijo el padre a modo de respuesta.

— ¿Yo? ¿Su esposa? Pero padre si ni siquiera nos conocemos...

—Eres tú la que no lo conoces, él lleva tiempo observándote cuando en las madrugadas te diriges al cerro y se ha enamorado de ti. Ahora ha enviado a sus emisarios para conocer tu respuesta.

Keo estupefacta miró a uno a otros sin decir palabra. Al ver el gesto insistente de su padre, con triste voz y acento implorante dijo:

—Lo siento padre, no es posible.

Choro frunció el entrecejo, clavó en su hija una mirada colérica y preguntó iracundo:

— ¿Qué has dicho? ¿Por qué no puede ser? ¿Quién lo impide?

— ¡Es imposible, padre! Te lo suplico, ¡no me preguntes más! -agregó la niña en un ruego.

Intrigado quedó el cacique ante la insólita actitud de su hija, cuya sumisión a sus padres era uno de los más encomiables rasgos de su carácter. Con indignación señalando la casa de piedra que le servía de vivienda, ordenó:

— ¡Ve de inmediato a nuestra casa y espérame allí!

Keo con la mirada fija en el suelo obedeció.

En la casa, la madre esperaba ansiosa el resultado de la demanda. Su rostro se entristeció en cuanto vio a su hija pues comprendió por su expresión que no había aceptado. “la desgracia caerá sobre nosotros”, pensó con pena, pues Sinchica, el más poderoso de los caciques de la región, famoso por su valor, por sus hazañas guerreras y por sus riquezas fabulosas que lo convertían en el pretendiente más codiciado del país, no aceptaría de buen grado el rechazo.

Esa noche el padre y la madre intentaron comprender que llevaba a su hija a rechazar un pretendiente tras otros, pero la niña callaba provocando la desesperación y la furia de sus padres.

Indignado ante la terquedad de su hija le dijo.

—Soy tu padre y te exijo una explicación a tu terca actitud.

—Por favor padre, acepta mi decisión y ya no me preguntes— rogó Keo con lágrimas en los ojos.

Choro no cedió.

— Padre mío no deseo provocarte sufrimiento y lamento en verdad decepcionarte, más… Inti me ha llamado desde el cielo y deseo consagrarme a él. ¡Seré una de sus ñustas[12] y le ofrendaré mi vida! Sólo podré casarme si él me envía uno de sus rayos, encarnado en un joven guerrero. Mientras esto no suceda, aquí estaré yo, feliz con vosotros y feliz de cumplir el destino que Inti ha señalado para mí...

Trató de convencerla el padre. Trató la madre de explicarle la conveniencia de su unión con el poderoso Sinchica, mostrándole el brillante porvenir que la esperaba. Todo fue inútil. La doncella se había prometido a Inti y nada la haría desistir de su promesa.

Tal como temía la madre de Keo, no era Sinchica persona que se dejara vencer por un fracaso. Decidido a conseguir a Keo por esposa, resolvió ser él quien se dirigiera a la tribu de Choro para hacer la petición por sí mismo.

Se presentó acompañado por un gran séquito cargado con los presentes más valiosos, seguido por una recua de llamas blancas. La gran apostura de su altivo porte, la cabeza erguida, dominante, ornada por una diadema de plumas, lo distinguían de cuantos le rodeaban.

Bajo el gran tacu [13] cubierto de flores amarillas, El curaca Choro y su familia prepararon grandes vasijas de barro repletas de aloja para dar la bienvenida a Sinchica.

Keo, obligada por su padre, vistió sus prendas más finas sujetas con topos[14] de plata y esmeraldas. Su negro cabello dividido en el centro de la cabeza formaba dos trenzas que caían sobre su espalda y estaban atadas entre sí por medio de una cinta de lana terminada con borlitas de colores. Aros de finísimas láminas de plata en forma de trapecios, pendían de sus orejas pequeñas.

Llegado el instante de enfrentarse con el poderoso pretendiente, la doncella se negó a hacerlo; pero el padre, esperanzado hasta último momento, y midiendo las graves consecuencias que podría causarle este desaire hecho a la persona del altivo cacique, la obligó a presentarse.

La apuesta figura de Sinchica destacaba sobre el fondo oscuro de la montaña. Llevaba el cabello, largo y lacio, peinado en simbas que se anudaban artísticamente sobre la cabeza. El llauto[15] con borla que caía hacia la izquierda, y un brazalete en su brazo derecho, eran símbolos de su autoridad. Sobre su pecho, en un escudo de cuero, se hallaban pintados un uturuncu[16] y un kúntur[17], correspondientes al signo de la tribu.

Saludó Sinchica, y Choro dio la bienvenida. Keo, sumisa, bajó la vista y detuvo su mirada en la tierra.

El más importante de los guerreros del séquito alcanzó a su señor una vasija de barro que él, a su vez, ofreció a la hermosa doncella. Ella, en sumisa actitud, no osaba aceptar el presente; pero una palabra de su padre fue suficiente para que la hija, extendiendo ambas manos recibiera la ofrenda de Sinchica y le agradeciera al poderoso curaca.

Este sacó de la vasija un collar de malaquitas que colocó alrededor del cuello de Keo y varios brazaletes de cuentas de plata y de oro con los que adornó sus brazos. Volvió a agradecer, pero con su mirada suplicante dio a entender al noble pretendiente, que sólo un acto de obediencia al padre, la había obligado a aceptar los obsequios.

Una vez cumplidas estas ceremonias, el viejo cacique presentó a su huésped un vaso de barro colmado de alija y ambos jefes bebieron haciendo votos por una eterna amistad entre los dos pueblos.

Pero no debía durar mucho tiempo tanta cordialidad.

En cuanto se trató el motivo de la visita de Sinchica, el ambiente cambió.

Ante la firme negativa de Keo, que no cedió a súplicas ni a amenazas, el orgullo herido de Sinchica lo hizo alejarse prestamente mascullando su venganza contra la orgullosa doncella.

En el largo y penoso camino que debió recorrer, únicamente amargos pensamientos y funestos propósitos de venganza colmaron su mente.

Llegado a sus dominios, llamó a su presencia al machi más famoso de la tribu y le ordenó que pidiera a los dioses un castigo para la doncella que lo hiciera víctima de su desprecio.

Hizo el adivino ciertas mezclas de hierbas secas que molió en un mortero de piedra; las quemó acompañándolas con saltos, movimientos de manos y palabras raras. Luego, abriendo los brazos, quedó ensimismado, mirando el humo que producían las hierbas al quemarse y que se elevaba en giros diversos. De pronto sonrió satisfecho.

—Ampatu [18]ha de ayudarnos. Necesito cuatro cabellos de la orgullosa doncella que hayan quedado en el peine, luego de peinarse— le dijo al curaca.

Sinchica asintió.

Esa misma tarde partió en emisario en busca de los cuatro cabellos de Keo.

Varios días tardó en volver; pero cuando llegó, traía triunfante el peine tal como lo dejara Keo después de peinarse. Entre los dientes del mismo, consistentes en espinas de cardón sujetas entre dos palitos por ataduras de lanas que les prestaban resistencia, habían quedado muchos de los negros cabellos de la joven.

El machi sólo tomó cuatro, pues sólo la justa proporción permite buenos resultados en los hechizos, los hizo ovillo y envolviéndolos en un trapo, lo traspasó varias veces con espinas. Tomó luego un sapo, lo puso panza arriba en la puerta de la vivienda, y levantando en alto, sobre el animal, el pequeño envoltorio de cabellos, trapo y espinas, repitió varias veces el nombre de la víctima señalada, acompañándolo con sonidos guturales sin duda destinados a invocar la ayuda del ampatu, enviado de Súpay[19] a la tierra.

De inmediato habló el hechicero:

—Has sido complacido, mi señor. Keo, la ingrata que te despreció por el sol, perderá su forma humana y transformada en una ave pequeña e insignificante huirá de la tribu de su padre para vivir a la orilla de ríos y de lagunas adorando al sol que se reflejará en las aguas. A nadie responderá cuando la llamen. Sólo oirá la voz y obedecerá los mandatos de aquél que espera en vano sobre la tierra. De su persona, solamente quedará como recuerdo su nombre, pues así se la continuará llamando:

-Keo... Keo...

Lo miró incrédulo el cacique y el machi, respondiendo a sus pensamientos, agregó:

—Marcha hacia el cerro, y mañana muy temprano, cuando el Inti aparezca por oriente, verás a la nueva Keo que junto al arroyo que serpentea entre jarillas y achiras, la mirada dirigida al cielo y como ausente de la tierra, estará en muda contemplación de su adorado.

Marchóse Sinchica.

Cuando amaneció tal como se lo indicara el machi, se hallaba en el cerro y tal como aquél lo predijera, también, allí había una especie de perdiz que, abstraída, mirando al sol, ni siquiera lo oyó llegar...

 

Curiosidades y comentarios:

El keo es un ave de la familia de la perdiz, aunque de mayor tamaño y su carne es más delicada. Esta ave habita en la falda de los cerros, cerca de las vertientes y se dice que su canto pronostica el clima, si canta por la mañana va a hacer buen tiempo, y si lo hace por la noche, al día siguiente será ventoso.

Lo más sorprendente de esta ave es lo que se llama “la danza de los Keos”. Cuando se reúnen varios de ellos, forman una rueda, afirmando cada uno su pico en el ala izquierda del que se halla a su lado. Cuando la rueda ha quedado cerrada, dan vueltas alrededor de uno de ellos que ha quedado en el centro. Después de algunos instantes cambian de dirección y dan vueltas en sentido inverso. Esto dura varios minutos.


[1] Dios Sol.

[2] Mamíferos pertenecientes a la familia de los camélidos, al igual que el guanaco, la alpaca y la vicuña. Estos animales naturales de la zona eran (y son) domesticados y utilizados para transportar cargas, Se utiliza para carga y también se extrae su lana para realizar tejidos.

[3] Trenzas.

[4] Calzado especial constituido por una suela de cuero o de cardón y que se sujeta al pie por varios tientos entre los que se introducen los dedos del pie.

[5] Planta de la familia de los cardos típica de la árida puna.

[6] Tira de tela tejida con distintos tonos y diseños.

[7] Lajas.

[8] Hebras de la urdimbre.

[9] Curaca: Cacique o jefe de tribu.

[10] Suri: Es un ave sudamericana similar al avestruz. Posee tres dedos en cada pata, tienen la cabeza y el cuello totalmente cubiertos de plumas. La cola está sin desarrollar, pero tienen largas plumas que cuelgan y les cubren la parte posterior del cuerpo. Su coloración varía de gris pálido a castaño. El nombre científico del ñandú mayor es Rhea americana. Para los indígenas representaba la tierra y era símbolo de lluvia, ambas cosas fundamentales para sobrevivir.

[11] Vicuña: ver llama.

[12] Princesas o Vírgenes del sol. Doncellas consagradas al servicio del dios sol.

[13] Tacu: Algarrobo. Árbol frondoso siempre verde. Su fruto es la algarroba con la que se fabrica el patay, especie de pan, y la aloja, bebida fermentada.

[14] Topos: Alfileres largos con una placa circular en un extremo con el que las mujeres prendían el rebozo o túnica.

[15] Llanto: vincha. Tira de tejido que sujeta el cabello.

[16] Uturunco: Tigre, animal sagrado de los pueblos andinos, símbolo de la tierra.

[17] Kúntur: Cóndor, ave nativa símbolo del cielo.

[18] Ampatu: sapo.

[19] Dios del mal

 

©Adaptación -Ana Cuevas Unamuno

 

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