LO QUE DURA UN AMOR

Esta es la noche más triste, porque me marcho y no volveré. Mañana por la mañana, cuando la mujer con la que he convivido durante seis años se haya ido a trabajar en su bicicleta, meteré unas cuantas cosas en una maleta, saldré discretamente de casa, esperando que nadie me vea, y tomaré el metro para ir al apartamento de Andrés.

Duerme y yo la miro, me conmueve su certeza en lo seguro. Siempre quiso que yo la considerase mi redentora, quizás por eso no supo si ser mujer o madre, la dejé, esa puede ser mi falta, sin embargo se lo advertí siempre, de mil modos. ¿Cuántas veces le repetí que no eran los veinte años que nos separaban, ni sus arrugas, ni sus incipientes canas, lo que me impedían prometer lo que ella deseaba? ¿Cuántas veces le repetí que es este gusto mío por la libertad y la variación que nunca, en los treinta años que llevo vividos, me han dejado apegarme a ningún espacio ni persona?

Recuerdo esa tarde de verano en la playa en que nos conocimos, los dos envueltos de entusiasmo. Yo acababa de ganar mi primer campeonato de surf, Alicia sus primeras vacaciones sola, sin ex marido, ex suegra, ni hijos que la reclamasen y antes quienes debiera comportarse. Ella quería una experiencia nueva, rebelde, insólita, que rompiese con la monotonía de su triste vida, se lo adiviné apenas mirarla y sentí, no sé por qué, deseos de satisfacerla. Me acerqué y sonreí. ¿Y yo? No estoy seguro, creo que me atrajo su piel vestida de experiencia, su sonrisa triste, sus ojos ansiosos, inocentes...

Sus vacaciones terminaron, no quería dejarme, un mundo nuevo se le había abierto gracias a mí y se resistía a perderlo, la entendí y no quise defraudarla. Por eso cuando me invitó a su casa acepté. Me pareció divertido, yo nunca había vivido en Buenos Aires, ni en ninguna ciudad grande.

Al principio todo iba de maravillas, después se complicó. Quería y no quería que sus hijos me conociesen, quería y no quería todo el tiempo y cuando le dije que me iba a otro campeonato se puso como loca. Se enfureció, me acusó de vago, de inmaduro, de vividor, le dije que nunca volvería, lloró, cedió. Me fui y volví pero supe que el vínculo entre nosotros ya no era el mismo. Y tuve razón.

Alicia comenzó a mezquinarme el dinero, a exigirme tonterías: que limpiase un poco, que por lo menos cocinase, que me buscase una changa, que ella trabajaba todo el día mientras yo solo pensaba en mí... ¡Nunca entendió mi derecho! Pobrecita

Ahora ella cree que amenazándome va a lograr que cambie, se equivoca, ya he decidido ir al caribe al campeonato mundial, Andrés lo entiende, tiene otra sensibilidad. Sé que no volveré a verla y eso me entristece, la quiero, sí, la quiero. Le di todo lo que pude, la dejé cuidarme, la dejé mantenerme para que se sienta útil e importante, la dejé mostrarme, la hice reír y jugar como nunca en su vida lo había hecho, le canté serenatas y hasta le escribí dulces poemas... no funcionó, está demasiado apegada a sus costumbres.

Mañana, definitivamente mañana, me iré, lo haré cuando ella se vaya al trabajo montada como cada día en su bicicleta, para que no le resulte tan duro, no soporto más sus llantos, ni sus súplicas, no tolero los injustos reproches que sé que me hará.

Andrés no es responsable de mi decisión. Lo conocí la última vez que me fui de viaje. Alicia no vino, nunca quiso viajar conmigo, siempre la excusa de su trabajo, su responsabilidad, ¡bah! Yo le ofrecí posibilidades, le dije que vendiera la casa, con eso bien podríamos haber vivido dos años o más pasándonosla genial, no quiso. Y bueno, que iba a hacer yo, estaba solo, triste, Andrés se acercó, mi miró con ternura, me vio hambriento y me invitó a comer. Esa comida llevó a otra, paseamos, compartimos, él también necesitaba compañía a su soledad de viejo homosexual millonario, me enterneció, siempre fui flojo para decepcionar a otro.

No sé por que Alicia no lo entiende, le dije que era bueno probar todo, vivir todo, se puso como loca ¡Pacata! Ella me obligó a tomar la decisión de dejarla con su intolerancia, sus prejuicios... Igual me da mucha tristeza. La miro dormir tan serena, tan insegura, tan inocente... La quiero.

La quise.

©Ana Cuevas Unamuno

 

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