LA CEGUERA DE VERDAD

 

LEYENDA EGIPCIA

Ojos vendados

Había una vez dos hermanos que se llamaban Verdad y Mentira.

Verdad era noble y honrado, y su hermano maligno, llamado Mentira, le odiaba.

Un día Mentira fue a ver a la Enéada y se quejó ante los dioses que Verdad le había robado la daga. Cuando le pidieron que describiera la daga, Mentira dijo:

-Todo el cobre del monte Jal sirvió para hacer la hoja y toda la madera de Koptos para el mango. La vaina tiene el largo del pozo de ventilación de una tumba y la piel de todos los rebaños de Kal sirvió para hacer el cinto –insistió Mentira-, y Verdad me la ha robado. Si se niega a devolvérmela, cegadlo y dádmelo para que me haga de portero.

Verdad fue llamado ante la presencia de la Enéada y afirmó su inocencia. No pudo presentar la daga, pues ésta no existía, y las acusaciones de Mentira parecían tan convincentes que Verdad fue condenado. La Enéada ordenó que le quitaran los ojos y que fuera entregado a Mentira para que le hiciera de portero.

Mentira pronto se dio cuenta que no podría soportar la presencia de Verdad sentado plácidamente delante de su puerta. Aquello le recordaba cada día su crueldad así como la inocencia de su hermano. Por este motivo les dijo a dos de los antiguos criados de Verdad:

-Llevaos a vuestro amo al desierto y dejadlo en un sitio donde una manada de leones lo pueda encontrar fácilmente. No regreséis hasta que no estéis seguros que esté muerto.

Los criados tenían demasiado miedo de Mentira para negarse a llevar a cabo tal acto. Muy tristes, cogieron a Verdad uno por cada brazo y lo condujeron al desierto. Cuando el hombre ciego notó la tierra del desierto bajo sus desnudos pies, preguntó adónde le estaban llevando. Los criados le contaron las órdenes que tenían con los ojos llenos de lágrimas.

Un día más tarde, una señora que se llamaba Deseo paseaba por su jardín, cuando dos criadas corrieron a ella para decirle:

-Señora, hemos encontrado un ciego sentado entre las cañas cerca del lago. ¡Ven a verlo!

-Traédmelo aquí –dijo Deseo.

Los criados no tardaron en llegar llevando a Verdad entre los dos. Estaba desfallecido y medio muerto de hambre, pero Deseo pensó que era el hombre más hermoso y apuesto que jamás había visto.

Le aceptó en su casa y en su cama y tuvo un hijo con él, pero Deseo pronto se cansó de su nuevo amante y lo echó fuera del hogar.

El hijo de Deseo y de Verdad no era un niño normal y corriente. Se hizo alto y hermoso como un dios, y a los doce años superaba a sus compañeros de colegio tanto en la lectura y la escritura como en las artes de la guerra. Los demás muchachos le tenían muchísima envidia y se mofaron de él diciendo:

-Si eres tan listo, quién es tu padre.

El hijo de Deseo no lo sabía y el resto de los niños no paraban de burlarse por ello, hasta que un día no lo pudo resistir más y fue corriendo a ver a su madre para preguntarle:

-Por favor, dime quién es mi padre y así se lo podré decir a los demás compañeros de clase.

-¿Ves ese ciego que está sentado sobre el polvo? –preguntó Deseo a su hijo-. Pues bien, ese hombre es tu padre.

El niño corrió al patio y abrazó a su padre. Después acompañó a Verdad dentro de la casa y le hizo sentar en la mejor silla. Después de poner los mejores y más selectos platos delante de él y de ayudarle a comer y beber cuanto le vino en gana, le preguntó:

-Padre, ¿quién fue el que tuvo la osadía de dejarte ciego? Si me lo dices, te vengaré.

-Fue mi propio hermano –contestó con tristeza Verdad.

El muchacho preparó inmediatamente un plan y luego fue a la despensa de su madre a buscar diez panes, un bote de agua, una espada, un bastón y un par de sandalias de cuero.

Después cogió un magnífico buey del rebaño de su madre y se dirigió hasta donde Mentira estaba pastando sus propios animales. El niño se acercó al vaquero principal y le dijo:

-Tengo que partir para un largo viaje. Si me guardáis el buey mientras estoy fuera, podréis quedaros con las provisiones, la espada, el bastón y estas preciosas sandalias de cuero.

El vaquero aceptó lleno de contento y el muchacho simuló que se iba fuera de la comarca.

Unas semanas más tarde, Mentira fue a inspeccionar sus rebaños. Inmediatamente se encaprichó el precioso buey.

El vaquero principal objetó que el buey era propiedad de un chico que regresaría pronto para reclamarlo. Mentira se encogió de hombros:

-¿Y qué más da? –añadiendo-. Cuando el chico regrese le puedes dar el mejor del rebaño.

Y así Mentira se llevó el buey y lo hizo sacrificar. El hijo de Verdad se enteró pronto y fue a ver al vaquero.

-Cualquiera de estos animales es tuyo –dijo el vaquero principal-. Elige el que prefieras.

-¿Por qué, si ninguno se puede comparar al que era mío? –preguntó el muchacho-. Mi buey era más grande que, si se situara en la isla de Ammon, el hocico le llegaría hasta el desierto de Nubia y la cola hasta los pantanales del delta, con la punta de un cuerno apoyada sobre las Montañas Occidentales y la otra en las Orientales.

El vaquero se quedó estupefacto:

-¿Existe un buey tan grande?

El hijo de Verdad simuló un gran enfado y llevó al vaquero principal y a Mentira al tribunal para ser juzgados por la Enéada por el robo de su buey. Mentira exclamó:

-¡Vaya tontería! ¡Nadie ha visto jamás un buey de las dimensiones que estás diciendo!

-Tampoco nadie ha podido jamás ver una daga de las medidas del pozo de ventilación de una tumba –dijo el hijo de Verdad-, con todo el cobre del monte Jal en la hoja, toda la madera de Koptos en el mango y toda la piel de las bestias de Kal en su cinto.

Mentira se volvió amarillo al oír las palabras que acababa de pronunciar el chico ante la Enéada.

-Volved a juzgar a Verdad y Mentira. ¿Cómo podéis condenar a Verdad basándoos en esta historia? Yo soy su hijo y estoy ante vosotros para defender su inocencia.

Mentira continuó afirmando que todo cuanto había estado explicando hasta el momento era cierto.

-Y si Verdad está vivo y puede venir a negarlo, entonces me confesaré culpable de lo que dice el joven. Luego podréis arrancarme los ojos y convertirme en su portero.

Mentira estaba convencido de que su hermano había muerto, pero el joven dijo:

-Tú mismo te has juzgado. Venid conmigo.

Entonces llevó a la Enéada a casa de su madre y les mostró a su padre. Después de oír su historia, ordenaron que sacaran los ojos a Mentira y desde ese día Verdad y su hijo vivieron juntos y felices y Mentira les hizo de portero.

 

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