El accidente de Recienvenido- Macedonio Fernandez

 

-Me di contra la vereda.

-¿En defensa propia? -indagó el agente.

-No, en ofensa propia: yo mismo me he descargado la vereda en la frente.

-La comisa de la vereda -apuntó un reportero- le cayó sobre el rostro a nivel de la tercera circunvolución izquierda, asiento de la palabra...

-Y del periodismo -insinuó el accidentado.

-Que ha recobrado en este momento. -Y sigue redactando el periodista: -El artesonado de la acera...

-No se culpe a nadie, propongo... -No, eso es para suicidarse.

-De mi pronta mejoría, quería decir. Ruego al señor reportero que figure algo en la noticia de "decúbito dorsal".

-No hay necesidad: los operarios tipógrafos lo ponen siempre. O si no, ponen: "base del cráneo".

-¿Se me dirá si me puedo levantar sin deslucir la noticia de un suicidio?

-¿Iban mal sus negocios?

-Nada de eso: la única dificultad ha sido el cordón de la vereda. -¿Puedo anotar oposición de familia a su noviazgo?

Otro insiste en que había mediado agresión y le ruega aclare si se interponía "un viejo resentimiento".

-Alguien, un desconocido desde mucho tiempo atrás para usted, avanzó resueltamente y desenfundando un cordón de la vereda Colt­Browing se lo disparó.

En fin, Recienvenido empieza a sulfurarse y los increpa:

-¡Yo estaba aquí antes que ustedes y mis informes son más antici­pados! Voy a darles un resumen publicable:

"Yo caí. fui derribado por el golpe de la orilla de la vereda; sin embargo, no necesitaba ya serlo, pues mi cabeza salió a recibir el golpe yéndose al suelo.

"Caí; fue en ese momento que me encontré en el suelo. Ninguna persona había.

-¡Estaba yo! -Y yo.

-Y yo --dicen los reporteros.

-Muy bien. No imaginando que hubieran tantas personas en torno mío que me precisaran, invertí unos minutos de desmayo en estarme

quieto sin apresuramiento. Cuando desperté, me supuse o que había recibido parte de la vereda en la cabeza, o que había leído algún capítulo de Literatura Obligatoria del Mío Cid o el Cielo del Dante. Rodeado, en las cuatro direcciones de la instrucción pública, N. S. E. y O., por infinitas personas en número de setenta que habían abandonado importantes negocios para formarme un cinturón zoológico suburbano, se llamó a la Asistencia Pública para que me trajera un vaso de agua que nunca llegó. -Retardo de la Asistencia Pública -anota un cronista.

-Algo de delirio -otro.

-¿Me permiten? -siguió Recienvenido-. No obstante la falta de horario, el accidente es la única cosa que yo nunca he visto desperdiciar; el agua caliente, el fuego, desperdiciamos con frecuencia, pero siempre alrededor de aquél he visto a muchas personas que están juntando al accidentado, rodeándolo para que no se filtre y desparrame, formando un círculo tan perfecto como perfecto es el centro de él formado por la persona más o menos completa en el momento que ha tomado el papel de accidentado.

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