BÚSQUEDA Y SENTIDO

Hay días, tiempos, espacios que son para la reflexión.

Algo buscamos, algo busco, un algo indefinible del que ni siquiera tengo la silueta, pero es un anhelo poderoso que traduzco en “Sentido” o “significado”, es el anhelo de llenar un vacío interior que parece no llenarse nunca, o bien de recuperar algo perdido hace eternidades, algo de lo cual solo conservo la sensación de ausencia.
Muchas veces me he preguntado cuál fue el inicio de esa sensación constante de insatisfacción, que se oculta tras los velos de mi memoria en una profundidad tal que me trasciende e impide el paso. Nunca halle respuesta por lo que elijo creer que antecede mi nacimiento, como una marca genética o ancestral, que ajena a mis pesares me empuja a buscar y buscar.
Cuando me pienso y me expreso paso del nosotros al yo una y otra vez, es que hacerme cargo de mi individualidad es también una pesada carga, repartir un poco tanta ineficiencia humana al menos me distiende la vergüenza y ese desagradable gusto a sinrazón que a veces encuentro en las experiencias que recorro. ¡Tantas veces el limite que traza la diferencia entre la masa y el yo es tan tenue y difuso! ¿Cuánto poseemos de generalidades rodeando esos matices peculiares que nos hacen únicos? Y al fin únicos ¿respecto de qué, o hasta dónde?
Lo cierto es que en nada ponemos tanto empeño como en marcar la distinción de un yo que a poco de prestarle atención descubrimos más desconocido que el vecino de abajo. Miles de “Yoes” ilusorios toman el mando de nuestra vida una y otra vez sin que siquiera nos demos cuenta, y a pesar de sus notorias diferencias insistimos en que es uno y siempre el mismo, como si reconocer su multiplicidad nos arrojase a un caos insalvable.
Querer penetrar en nuestro interior en busca de ese Ser real que supuestamente somos nos sumerge en el más intrincado viaje a lo desconocido, donde a poco de dar el primer paso ya nos damos de bruces con las primeras contradicciones, miserias, miedos, secretos, torpezas, pulsiones encontradas con ideas, deseos negados, huellas de múltiples heridas trazadas día a día durante años, constructores de temperamento, de defensas, de modelos, de eso al fin que llamamos “personalidad”, muro que impide que lleguemos a ser personas quedando más fascinadas por la máscara creada que por la esencia real.
Y llegados a ese punto por suerte contamos con recursos varios como el salvador psicoanálisis dándonos como respuesta que el origen de tanto espanto es el bochornoso papel que jugaron nuestros papis en esos tiernos comienzos, con colaboración por cierto de algún vecino, maestro, pariente..., y por supuesto nuestra natural estupidez que nos llevó a interpretar todo de modo equívoco enredándonos en un sinfín de malentendidos y mecanismos patológicos.
Y así ya interpretados, espantados al descubrir el incesto oculto, nuestra esquizofrenia latente, los deseos reprimidos de asesinos no asumidos, y perdonados de la neurosis inevitable y normal por el terapeuta y de los pecados por el cura, marchamos orondos e ignorantes sin solucionar nada pero justificados con consenso.
Y con esto no reniego del psicoanálisis real y honesto que vale como camino hacia una mejor integración, reniego del manipuleo mediocre que en su nombre se realiza y al que tantos estamos sometidos al menos una vez en la vida. Y por si no nos resulta suficiente contamos también con la confesión donde basta narrar los pecados para quedar exentos de pecado y error, o con la New Age que nos amplia el panorama introduciendo Karma, ángeles y planos sutiles que nos enseñan la vía para dejar de ser pobres idiotas, y, llevados por los seres y fuerzas superiores basta con meditaciones, ayunos y cánticos, alguna que otra acción de gracia, vida ascética y vegetariana para transformarnos en cuasi elegidos...
Es cierto que marchar por senderos más abruptos y escasamente transitados como el del autoconocimiento nos envuelve con un sabor a soledad que arde en la piel y hiende los músculos, sobre todo el cardiaco que añora amuchamiento, caricias, mimos varios y menos ruido craneal. Y encima es imposible asegurar que estemos marchando hacia una verdad o siquiera por el rumbo correcto, mas bien al comenzar (y en verdad, mal que me pese, durante todo el trayecto), es la Duda lo que nos acompaña y una constante incertidumbre solo silenciada en esos momentos en que la plenitud y la claridad nos embargan de una paz inexplicable e intransferible, que sirve a la postre de motor para no interrumpir el paso.
Es tanto mas sencillo dejarse de joder y compilar explicaciones varias para cada actitud, situación, vivencia. Mas cuando estamos rodeados de almas dispuestas a darnos al razón y confraternizar sintiéndose uno con nosotros, o al menos lo suficientemente semejantes como para disculparnos, (o culparnos), según el criterio subjetivo y heredado que posean.
Pero..., porque en la vida hay mas “peros” que otras cosas, vaya a saber Dios o quien sea por qué mi alma terca se empeña en empujarme a ese laberinto sin hilo de Ariadna donde supuestamente se esconde mi Yo verdadero o al menos más cierto. Ese Si mismo misterioso que grita por ser rescatado, con un grito silencioso, o en alguna frecuencia que mi oído no alcanza, ya que mas que oírlo siento el fastidio de su llamado. Vanos han sido y son mis esfuerzos por evitarlo, una y otra vez me veo mirándome y lo que es peor: viéndome, con una crudeza fastidiosa que impide el ingreso de disculpas simplistas, racionales o esotéricas, religiosas, psicológicas o filosóficas. Allí, delante de mi, se presentan mis sombras reclamando bautismo y espacio hasta tanto no encuentre como convertirlas en aliadas a ese otro aspecto que también soy y elijo llamarlo luminoso más que nada por que me agrada.
Con todo esto no pretendo decir que ya he superado las dificultades, digo que lo intento y en el mientras claro que me justifico, me disculpo, me consuelo, me reto, me evado, casi de continuo, lo que nunca conseguí es hacerlo sin darme cuenta. Y menos, mucho menos que esos ratitos de autoengaño me dejen conforme por largo tiempo.

De chica creía que era tres, la que creía ser, el duende fastidioso que constantemente me confrontaba conmigo misma haciéndome saber lo que quería ignorar, ver lo que esquivaba y cargar me gustase o no con lo que era, y el demonio travieso, (a veces terrible) que me arrojaba ciega a las situaciones mas jodidas, cruzando los aullantes ¡no! de alerta del duende, hasta que atrapada en la tela que yo misma, o a veces otros, había tejido, ya sin salida, el maldito demonio se echaba a reír mientras mi supuesto YO único se debatía en intentos de resolver el lío o al menos de hallarle salida.
Crecer trae aparejado junto a lo bueno aspectos menos gozosos como por ejemplo la posibilidad de darme cuenta que la cuenta de tres me quedaba chica, además de mi trilogía personal y poderosa me descubrí habitada por unas cuantas Anas que a su tiempo se hacían cargo de la historia llevándome de aquí para allá. Expertas en desconcertarme tienen la habilidad de presentarse repentinamente desplazando en un gesto la Yo que viene llevando el mando para luego retirarse tan de imprevisto como llegan, esperando confiadas en que alguna otra se haga cargo, y como si eso no fuese ya lío suficiente otras tantísimas veces les viene la ocurrencia de llegar con rostros de otros y confundirme seriamente, hasta que logro darme cuenta que ellos soy yo y ahí comienza la ardua tarea, generalmente poco divertida, de recuperar en mi lo que dibuje en el otro. En ese mientras tanto paso por cierto por odios, amores, temores, rechazos, en fin todo eso que hace que los vínculos sean posibles.
Irremediablemente la vida personal esta tejida en tramas compartidas, perderse en hilo ajenos y reencontrarse lo suficiente, como para tomando cierta distancia conocer el rostro de enfrente, es quizás la tarea más difícil que nos toca, pero enmarañarnos sin distinción es la peor de las condenas que puede sufrir un ser humano: ¡la condena de no saberse jamás!

Bueno creo yo que es lo peor, no sé bien por qué lo creo, muchos (no todos) de los que me rodean no parecen preocupados al respecto, más bien los veo convencidos de saberse bien, lo que les permite andar desparramando culpas, disculparse y hasta jactarse de su mucha o poca lucidez y sapiencia.
Quizás simplemente como dice mi madre soy una jodida que todo lo complico, es posible, solo que a pesar de mis intentos no encuentro modo de simplificarme, muchas veces fantasee con aniquilar al Duende, ¡que serenidad si se dignara callar!, pero me parece que le tengo cariño, al fin y al cabo él me conduce al abismo pero también me abre la puerta del paraíso de tanto en tanto. Y además... es tan opaco el color de los durmientes que prefiero la furia de mis tonos aunque ella implique esta locura compañera que es mi sino y mi esencia. Definitivamente elijo la intensidad de vivencias, los torbellinos de pasión y espanto, el dolor que desgarra hasta las vísceras y el amor que invade cada poro. Hasta elijo la anodina sensación de vacuidad, la rutina pesada y absurda, la desolación de no hallar ideales, sentido, motivación, el fastidio irritante que me acompañan en ciertos períodos de la vida, porque todo eso hace a este camino que elegí de buscar y buscar aunque no sepa qué, aunque ignore dónde y para qué, y cómo es.

© Ana Cuevas Unamuno




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