LECCION DE DERECHO

Cuento costumbrista (Argentino) de Nemesio Trejo

M. Campos Payador

 

-Güenas tardes, señor.

-Muy buenas, ¿qué se les ofrecía?

-¿Es aquí el escritorio del doctor Pansa de agua?

-Pasalagua, será.

-Es lo mesmo, señor.

-Yo soy, ¿qué deseaban ustedes?

-Dispense, dotor, si le he faltao de entrada.

-Está dispensado.

-Venía, señor, con esta recomendación de don Pedro pa usté, porque después de cuatro años que la he corrido en yunta[1] con ésta que es mi mujer, me ha empezado á aflojar como caballo manco é la cuerda[2] y no quiere tirar parejo conmigo, empacándoseme á cada rato, sin querer agarrar freno. Yo he visto en un libro que me ha prestao un vecino procurador, -diciéndome que era la lay,- que cuando el marido y la mujer no se avenían en sus pareseres, podían separarse, enderesando cada cual pande mejor le conviniese, repartiéndose los bienes la mitá pa cada uno. Por eso vengo resinao como novillo é matadero á que usté que sabe más que nosotros, porque es dotor, nos arregle esto que se nos ha desarreglao.

-¿Qué cosa?

-La tranquilidá.

-¿Y usted puede concretar los hechos en que va á fundar su titis [3] para encarar la cuestión dentro de las exigencias de la ley?

-Eso no sé, dotor, si podré; pero haré lo posible.

-No me ha entendido usted. Quiero decirle que la disolución del vínculo matrimonial exige una serie de formalidades...

-Vea, dotor, en cuanto a formal soy más que ella y sinó que lo digan todos los vecinos del patio[4]. Lúnico que tengo yo es que soy un poco peresoso y me levanto tarde, porque tampoco mis ocupaciones me exigen hora fija.

-¿Y en qué se ocupa usted?

-En acompañarla á ésta cuando sale.

-¿Y la señora en qué trabaja?

-En lo que encuentra, dotor. ¡Es muy busca vida eso sí! Yo no tengo queja de que haiga dejao un día de trair pal mórfil, pero hase tiempo que caí al cotorro[5] desabrida y con mañas nuevas, levantándome la vos algunas veces con aire de autoridá y yo creo que no porque me mantenga -que después de todo no hese más que su deber,- no tiene derecho a mortificar mi tranquilidá.

-¿Y usté qué dice á todo esto?

-Dejeló nomás, dotor, que se desaugue y cuando haiga largao todo el vapor, voy a dentrar yo á quejarme, que también me duele.

-Yo ya he acabao.

-Hable usted, señora, entonces.

-Mi vida, señor dotor dende que entré á entenderme con éste y nos casamos como vulgarmente se dice, ha sido más aporriada que pelota inglesa. Tan pronto me subía á los aires ensalsando mis afanes, como me arrastraba por el suelo criticando mis asiones. Yo no he tenido más defeto, señor, que tener un corazón blando y abierto, y como los hombres, en cuanto ven blandura y puerta abierta se les hace el campo orégano, me he encontrao enredada algunas veces entre los cardales del cariño, que después de todo, ¿pa qué ha nasido uno, sino pa haser su gusto en vida? A éste no le importaba que yo me enredase, siempre que al salir del enriedo me trajese el fallo del cardo, pero á veces, señor, no se sacan más que arañasos, cuando no se dejan las lonjas en las espinas.

-¿Ha visto dotor, todo lo que ha aprendido?

-Déjela que termine.

-Pues como le iba disiendo, he sido y soy corasón de manteca y como en estos últimos tiempos se ha puesto todo tan mal por el cambio de gobierno y las güelgas de todas clases que han salido ahura, mis trabajos no han lusido lo que debían y este señor, y dispense la indirecta, forma cada estrilo, cuando me ve llegar de vasido, más negro que el tormento é la miseria y me empiesa á echar en cara mis travesuras pasadas y á llenarme la cabeza de palabras que no se las repito porque le va á entrar chucho[6], dotor, y á más se da el lujo de refilarme[7] una que otra biaba; por lo tanto he resuelto, junto con él, separarme de su lao, aunque, lo sienta.

-Bueno entonces, tráigame la partida de matrimonio y vamos á iniciar el juicio.

-¿La qué dise?

-La partida de matrimonio.

-Pero dotor, avise si me ha visto cara é moso é tienda o me quiere tomar pa la vida social. Si yo con ésta tengo el mismo vínculo que con usté. ¿Matrimonio? ¡pa los otarios![8] el hombre debe ser suelto como camisión de chino, pa correrla más liviano. Si nosotros hemos venido pa que nos diga á quien le pertenece -una vez que agarremos cada uno pa su lao,- la cama y dos sillas que hemos comprao a pagar por semana.

-¿Y cuánto han pagado ya?

-Tuavía nada más que la primer semana.

-Entonces, le pertenecen el dueño de los muebles, porque si no le pagan se los embargará.

-Que atrasado está usté, dotor, en pleitos. No ve que los muebles de indispensable uso no se pueden embargar.

-¿Y dónde ha aprendido usted eso?

-Con el vesino procurador que le dije, que ha andao mucho tiempo por el saguán del Tribunal con Martín el pescador, el gringo Juan y el negrito Patrisio.

-Pues entonces, vayan á que él les resuelva el punto.

-Ta bién, dotor, pero pa ese viaje no necesitaba riendas nuevas. Adiós y apunte en sus libros que los muebles de indispensable uso no se pueden embargar. Vamos Dolores, (aparte). El dotor éste sabe tanto de leyes como yo de hacer ravioles.


[1] Yunta: par de animales, pareja

[2] Cuerda: tendón.

[3] Titeo: broma, burla.

[4] La mención del patio hace comprender que viven en un conventillo, marco habitual de las acciones de los sainetes, género que cuenta al autor Nemesio Trejo entre sus cultores.

[5] Cotorro: aposento, cuarto.

[6] Chucho: escalofrío.

[7] Refilar: dar, entregar.

[8] Otario: en lenguaje delictuoso es el cándido, el elegido para hacerlo víctima de una estafa. Por extensión, tonto.

Cuentos Costumbristas Nemesio Trejo (7-1-1905)

Cuenta Ernesto Shoo en La Nación

En septiembre de 1907 estalló en la ciudad de Buenos Aires un conflicto que venía gestándose desde tiempo atrás: los inquilinos de los muchos conventillos diseminados por la Capital se negaron a pagar el fuerte aumento de los alquileres, impuesto por los propietarios. El movimiento se propagó a Rosario, Bahía Blanca y Córdoba. "A fines de septiembre, el 80 por ciento del total de los inquilinos deja de pagar el alquiler; comienzan los desalojos y la resistencia. La huelga está apoyada por los anarquistas; los socialistas, en cambio, proponen organizar cooperativas, como El Hogar Obrero, para construir viviendas económicas. Todos los diarios y revistas, además de la prensa partidaria, La Protesta , de los anarquistas, y La Vanguardia, de los socialistas, se ocupan del tema. Hay manifestaciones callejeras y a fines de octubre la represión usa a los agentes del escuadrón de seguridad, de infantería y de bomberos para ejecutar los desalojos; se encarcela a muchos dirigentes y se aplica la ley de residencia, que expulsa del país a los anarquistas extranjeros", informa Beatriz Seibel en su Historia del teatro argentino .

El teatro, que en ese 1907 no atravesaba uno de sus mejores momentos (dentro del notable auge experimentado entre 1900 y 1910), refleja la huelga de los inquilinos, sobre todo por obra de Nemesio Trejo (1862-1916), singular personaje al que Jorge Bossio (citado por Luis Ordaz en suHistoria del teatro argentino ) define como "bohemio lírico", y el mismo Ordaz como "payador y sainetero". El 21 de octubre de 1907, la compañía del español Rogelio Juárez (favorito del público porteño) estrena Los inquilinos , de Trejo, "sainete cómico-lírico" que había ganado el concurso organizado por el diario La Razón para obras sobre el tema. Se presentaron 61 piezas, de las que se seleccionaron 13 y se premiaron cuatro, encabezadas por Los inquilinos . Para asombro del jurado y del público en general, las otras tres resultaron ser también escritas por Trejo.

Aunque se había recibido de escribano, Nemesio trajinaba desde muy joven la noche porteña, con su guitarra a cuestas, por los boliches de Buenos Aires y sus alrededores, ejercitando sus dotes de payador afamado (compitió con nada menos que Gabino Ezeiza, que lo venció). Tenía pasión por el circo, y de vez en cuando hasta actuaba en la pista. Para el crítico Miguel Bosch, Trejo fue sobre todo un cronista de la actualidad, que reflejó en sus sainetes, con buen oído para el habla popular y olfato para detectar el humor del momento. Su modelo fue el "género chico" español; de ahí su vinculación con Juárez, quien se había acriollado hasta el punto de interpretar a la perfección los tipos porteños. Trejo escribió más de cincuenta piezas, muchas de las cuales superaron las cien representaciones: la más exitosa fue Los políticos , de 1897.

 

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