El LABERINTO DE LA RENOVACIÓN

Un cuento de Ana Cuevas Unamuno

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Hace ya mucho tiempo, en un tiempo anterior a este tiempo, había un pueblo en el cual desde siempre existía una costumbre: cada año justo en la luna anterior al nacimiento de los frutos, se realizaba la limpieza de Primavera.

Esto nada tenía de especial, en muchos pueblos se llevaba a cabo el mismo ritual, pues era firme creencia desde tiempos remotos y olvidados, que la abundancia solo llegaba a aquellos sitios donde lo inservible se desechaba, lo roto se reparaba y todo circulaba. Así sucedía en la naturaleza, ¿porqué no iba a ser igual en la vida de los hombres?.

Las plantas se desprendían llegado el invierno de todas sus pertenencias gastadas, para rebrotar en primavera, los desechos creaban el abono, los frutos no consumidos se pudrían.....

Pero en el pueblo del que hablamos este rito era muy especial y nadie nunca, nunca, olvidaba celebrarlo.

Ese día se levantaban bien temprano y todos los miembros de la familia sacaban fuera de la casa la totalidad de sus pertenencias. Una vez vaciada la casa era limpiada, fregada, sacudida desde el techo al piso. Las ventanas y puertas abiertas de par en par. Los más pequeños escalaban las chimeneas rasqueteando el hollín, los hombres jóvenes trepaban al techo quitando la paja gastada o rota reemplazándola por hatos nuevos, los más ricos cambiaban sus tejas.

Llegado el mediodía todos se reunían junto a la pila de pertenencias; tomaban uno por uno los múltiples objetos, lo revisaban minuciosamente y luego, si a sus ojos resultaba valioso y necesario lo limpiaban con esmero colocándolo en una pila, más si estaba defectuoso resultando sin embargo aún útil, lo colocaban en otra pila. La tercera pila acumulaba todo aquello que ya no servía y la cuarta lo que durante todo ese año no había sido utilizado, sin importar en que condiciones se hallara. Por último creaban una quinta pila donde colocaban todo aquello que, aún siendo muy amado, la familia o alguno de sus miembros, deseaba dar a otro. Caía la tarde cuando los objetos elegidos eran llevados nuevamente al interior del hogar y colocados cada uno en el sitio destinado.

Terminada esta tarea cuatro pilas de objetos quedaban ante cada fachada. Ese era el momento en que comenzaba la ronda. Todos los habitantes del pueblo participaban. La ronda iniciaba en la residencia del jefe y de allí iba casa por casa, repitiendo el mismo ritual, hasta que todas hubiesen sido visitadas.

La familia visitada se paraba junto a la entrada de su casa, delante se alzaban los pilones y detrás de ellos los vecinos. El jefe de familia se adelantaba, señalaba la pila de objetos a reparar y decía:

— Este invierno los repararemos, esa será nuestra tarea —.

Los vecinos observan los objetos y asentían:

— Así sea —

Luego el jefe de familia señalaba la pila de los objetos inservibles y afirmaba:

—Ya han cumplido su ciclo, mi familia les deja partir—

Si algún vecino deseaba algo podía tomarlo, si nadie decía ni hacia nada, cuando concluía la visita se le prendía fuego.

Le tocaba entonces el turno a la mujer, su esposo se retiraba hacia atrás y ella adelantándose decía señalando la tercer pila:

— No hemos utilizado nada de esto durante todo un año, sabemos ahora que no nos es necesario, lo devolvemos al mundo.—

Los vecinos se acercaban a la pila, miraban uno por uno los objetos y tomaban aquello que deseaban, agradeciendo a la familia con la frase:

—Que la vida os colme de dicha recompensando vuestra generosidad. Que la abundancia circule constante —

Concluida esta fase la dueña de casa acercándose a la última pila, tomaba un objeto por vez y lo ofrecía a alguno de sus vecinos, diciendo por ejemplo:

—Este saco muy querido a protegido del frío a mi hija Evita, ahora deseamos que proteja al pequeño Juan hijo de mi querida amiga Marta— o bien decía —Esta manta que he tejido con amor servirá para cubrir la cama de nuestra querida Karen — alcanzándole la manta a una anciana. O bien decía—Este cofre a pertenecido por cinco generaciones a mi familia, nos es muy querido por eso deseamos regalárselo a nuestro tan respetado vecino Pedro —

Así de cada objeto decía algo mostrando su valía e importancia antes de honrar a otro con su regalo.

Cuando concluía todos prendían fuego a la pila de objetos inútiles y la ronda proseguía a la siguiente vivienda y así hasta bien entrada la noche.

Una vez visitados todos los hogares, cuando la luna iluminaba en su redondez y las estrellas creaban sus diseños, todos se reunían en el centro del pueblo donde se alzaba una gran hoguera, llegaba entonces el momento más importante de la jornada; era el tiempo privado de limpieza.

Cualquier miembro de la comunidad podía acercarse a la hoguera, todos hacían silencio mientras quien se había acercado a la hoguera arrojaba pequeñas piedras al fuego. Cada piedra representaba algo de lo que deseaba desprenderse: una culpa, un remordimiento, un temor, una duda, un mal recuerdo...

A veces, cuando ya nadie se levantaba, algún miembro de la comunidad podía acercarse al centro y girar mirando no al fuego, sino a un vecino, el silencio era entonces más profundo y tenso pues todos sabían que el señalado tenía algo de lo que desprenderse. El acusador preguntaba, por ejemplo, al señalado: Vecina Matilde, este año en el mes de agosto, me has mentido diciéndome que no habías visto mis gallina, no te he visto arrojar al fuego tu mentira, ¿deseas conservarla? —

Por cierto la vecina podía cruzar sus brazos sin responder, dando por negada la acusación, y en ese caso nadie intervenía, ni juzgaba; o bien podía la persona acusada levantarse y arrojar una piedra al fuego diciendo que se desprendía de tan despreciable conducta.

Cuando todo concluía comenzaba la música y con ella las risas, la danza y la gran comida. Una refrescante sensación de renovación se filtraba en el alma de todos, en la tierra, en los cielos, en las piedras.....

Pero... ¿Por qué dije que este pueblo era especial?

Por que cuando con el paso del tiempo los pueblos olvidaron moverse en armonía con los ciclos naturales los habitantes de este pueblo hicieron un juramento: conservarían y trasmitirían este renovador ritual y cada año cada uno de ellos y de sus descendientes y de los descendientes de sus descendientes, arrojarían al fuego central una piedra desprendiendo por medio de ella la oscuridad que dominaba el corazón de los hombres del mundo

—En nombre de la humanidad me desprendo del egoísmo— decía por ejemplo uno

—En nombre de la humanidad me desprendo del miedo— decía otro

—En nombre de la humanidad me desprendo de rencores viejos—decía un tercero

—En nombre de la humanidad me desprendo de la ira — decía un cuarto

..... Ahora te toca a ti.........

© Ana Cuevas Unamuno

Comentarios

  1. Beatriz Pineda de Sansone12 de marzo de 2012, 14:44

    Qué hermoso cuento "El laberinto de la renovación", creo que es un digno ejemplo de lo que debemos hacer los hombres y las mujeres de este planeta. Bien escrito. Te felicito Ana.
    Beatriz

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