En el grabado se ve la ejecución

Un cuento de Cabrera Infante Guillermo - (Cuba)

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En el grabado se ve la ejecución, más bien el suplicio, de un jefe indio. Está atado a un poste a la derecha. Las llamas comienzan ya a cubrir la paja al pie del poste. A su lado, un padre franciscano, con su sombrero de teja echado sobre la espalda, se le acerca. Tiene un libro —un misal o una biblia— en una mano y en la otra lleva un crucifijo. El cura se acerca al indio con algún miedo, ya que un indio amarrado siempre da más miedo que un indio suelto: quizá porque pueda soltarse. Está todavía tratando de convertirlo a la fe cristiana. A la izquierda del grabado hay un grupo de conquistadores, de armadura de hierro, con arcabuces en las manos y espadas en ristre, mirando la ejecución. Al centro del grabado se ve un hombre minuciosamente ocupado en acercar la candela al indio. El humo de la hoguera ocupa toda la parte superior derecha del grabado y ya no se ve nada. Pero a la izquierda, al fondo, se ven varios conquistadores a caballo persiguiendo a una indiada semidesnuda que huye veloz hacia los bordes del grabado.

La leyenda dice que el cura se acercó más al indio y le propuso ir al cielo. El jefe indio entendía poco español pero comprendió lo suficiente y sabía lo bastante como para preguntar: "Y los españoles, ¿también ir al cielo?" "Sí, hijo", dijo el buen padre por entre el humo acre y el calor, "los buenos españoles también van al cielo", con tono paternal y bondadoso. Entonces el indio elevó su altiva cabeza de cacique, el largo pelo negro grasiento atado detrás de las orejas, su perfil aguileño todavía visible en las etiquetas de las botellas de cerveza que llevan su nombre, y dijo con calma, hablando por entre las llamas: "Mejor yo no ir al cielo, mejor yo ir al infierno".

© Guillermo Cabrera Infante.image

Guillermo Cabrera Infante. (Gibara, Cuba, 22 de abril de 1929 - Londres, 21 de febrero de 2005).
Escritor, periodista y crítico de cine.

En 1941 se traslada con su familia a La Habana y allí empieza a escribir, por lo que abandona sus estudios de Medicina y comienza a trabajar en diversos oficios, ingresando en 1950 en la Escuela de Periodismo de Cuba.
En 1951 funda la Cinemateca de Cuba junto a Néstor Almendros y Tomás Gutiérrez Alea, y lo dirige hasta 1956. Trabaja como crítico de cine con el seudónimo de G. Caín desde 1954, en el semanario Carteles, del que tres años más tarde es redactor-jefe. En 1959, tras el cambio político en Cuba, se le nombra director del Consejo Nacional de Cultura y, a la vez, subdirector del diario Revolución. Poco después es director del magazine cultural cubano Lunes de revolución, desde su fundación hasta su clausura en 1961.
Durante el primer gobierno de Fidel Castro (1962-1965) es enviado a Bruselas como agregado cultural y también como encargado de negocios, pero sus discordancias con el nuevo gobierno llegan a su punto máximo en 1968, cuando concede una entrevista a la revista argentina Primera Plana criticando al régimen cubano; esto provoca una fuerte reacción en Cuba que le lleva a abandonar su cargo diplomático. Pasa una temporada en Madrid y, más tarde, pide asilo político en Inglaterra donde se nacionaliza, fijando su residencia en Londres.
El conjunto de su obra es una especie de "collage" de La Habana prerrevolucionaria, además de una síntesis de la ideología del autor; considera que el compromiso no es indispensable para hacer una literatura crítica y que, en ciertas condiciones, el goce estético sirve también para cuestionar los poderes establecidos.
El erotismo está presente en toda su obra, pero siempre "en función de la parodia y de la risa, cosa que un autor erótico no haría nunca", según dice él mismo. Siendo el cine lo que le atrae e impulsa al comienzo su actividad cultural y periodística, marcha a Hollywood y se convierte en el primer escritor latinoamericano guionista, con títulos como Punto de fuga y Wonderwall. Ejerce también como profesor en las universidades de Virginia y de West Virginia y conferenciante en otras universidades americanas, como la de Oklahoma.

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