EL AMOR,

un cuento de Eduardo Galeano inspirado en la tradición oral de los Cashinahua

 

 

 

 

 

 

 

Gerda Saliger/CashinahuaPeru

 

En la selva amazónica, la primera mujer y el primer hombre se miraron con curiosidad. Era raro lo que tenían entre las piernas.

—¿Te han cortado? —preguntó el hombre.

—No —dijo ella—. Siempre he sido así.

Él la examinó de cerca. Se rascó la cabeza. Allí había una llaga abierta. Dijo:

—No comas yuca, ni plátanos, ni ninguna fruta que se raje al madurar. Yo te curaré. Échate en la hamaca y descansa.

Ella obedeció. Con paciencia tragó los mejunjes de hierbas y se dejó aplicar las pomadas y los ungüentos. Tenía que apretar los dientes para no reírse, cuando él le decía:

—No te preocupes.

El juego le gustaba, aunque ya empezaba a cansarse de vivir en ayunas y tendida en una hamaca. La memoria de las frutas le hacía agua la boca.

Una tarde, el hombre llegó corriendo a través de la floresta. Daba saltos de euforia y gritaba:

—¡Lo encontré! ¡Lo encontré!

Acababa de ver al mono curando a la mona en la copa de un árbol.

—Es así —dijo el hombre, aproximándose a la mujer.

Cuando terminó el largo abrazo, un aroma espeso, de flores y frutas, invadió el aire. De los cuerpos, que yacían juntos, se desprendían vapores y fulgores jamás vistos, y era tanta su hermosura que se morían de vergüenza los soles y los dioses.

Para este cuento, Galeano declara que se inspira en un relato de la tradición oral de los Cashinahua (población de la selva amazónica), que se encuentra en André Marcel D´Ans, La verdadera Biblia de los Cashinahua (mitos, leyendas y tradiciones de la Selva Peruana). Lima: Mosca Azul Editores, 1975, 133-136. Se titula: “De cómo se originó el uso del sexo y el de los remedios”. Galeano, aparte de algunas diferencias, ha suprimido el final.

D´Ans recopiló los relatos escuchando a los Cashinahua. La concurrencia hacía comentarios y prorrumpía en estallidos de risa, continuos y estruendosos.

Lo curioso es que estos relatos son contados por hombres. El auditorio lo forman hombres (no hay mujeres), niños y niñas (ellas, cuando alcanzan la pubertad, dejan para siempre de recontar estas historias en público y nunca más se unen al auditorio del cuentista). Dice D´Ans: Las niñas reciben desde la infancia el mensaje didáctico del mito; pero dejan de solidarizarse el día en que se vuelven sexualmente significantes. Frente a estos relatos masculinos, se esperaría encontrar, como contrapartida, una tradición femenina donde las compañeras de los Cashinahua expresaran su punto de vista, su sensibilidad, sus fantasmas... Sin embargo, parece no ser este el caso. (...) Puede ser que el machismo ostensivo de los relatos deba tomarse como la respuesta inconsciente y colectiva de los varones a la presión constante (a la vez que económica y psicológica) que hacen pesar sobre ellos (en tanto que hijos, luego esposos y, sobre todo, yernos) las mujeres que gobiernan sus hogares. Es sintomático en verdad que, mientras las decisiones políticas que afectan a la totalidad del grupo local incumben a los hombres, estos aparezcan como prácticamente despojados de todo poder en el plano familiar.

El relato mítico de los Cashinahua en que se inspiró Galeano sucede en una tribu en la que ya hay ancianos, adultos y niños de ambos sexos. Se afirma que siguen ignorando tanto el uso del sexo como la existencia de la diferencia genital. Hasta que un joven más curioso que los demás se fija por primera vez en la diferencia anatómica al mirar a una muchacha mientras conversan.

Veamos entonces dicho relato tal como fue recopilado

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DE CÓMO SE ORIGINÓ EL USO DEL SEXO Y EL DE LOS REMEDIOS

En un tiempo remoto, nuestros antepasados ignoraban el uso del sexo. Había mujeres pero nadie les prestaba atención; al menos en lo que las diferencia de los hombres.

Sin embargo, un día, un joven más curioso que los demás, mientras conversaba con una muchacha, se fijó en su entrepierna y lo que vio sí le llamó la atención.

—¿Qué tienes allí? —le preguntó.

—No sé —contestó ella—. Siempre he sido así.

Él miró la cosa más de cerca... concluyó que debía [de] ser una llaga y más valía curarla lo antes posible.

—Ponte a dieta —recomendó a la joven—. Acuéstate y ayuna hasta que encontremos el remedio para curar esa fea llaga.

La muchacha ganó su hamaca y se puso a dietar. Le prohibieron todo lo que al madurar o al ser cocinado, pudiese rajarse y abrirse, tal como plátanos, yuca sancochada y toda clase de frutas.

Entonces, todos los hombres dotados de razón se consultaron y se reunieron para examinar la llaga de la muchacha. Verdaderamente, había que sanar aquello. Pero, ¿con qué? Por turno, iban a internarse en el bosque y regresaban con una planta, hojas, raíces o alguna soga diferente. Hicieron cocciones, pomadas y ungüentos. Uno por vez, se aproximaba al sexo de la joven mujer y aplicaba su remedio.

No obstante, la maldita llaga no se decidía a sanar. Por el contrario, si aquel que la curaba tenía una cortadura en el dedo, ésta sanaba; si una verruga, también desaparecía; si sarna, al día siguiente ya no existía. Otros curaban dolores de cabeza, reumatismos y toda suerte de malestares.

Desde entonces, hemos guardado las recetas de esos diversos remedios, inventados por casualidad en aquella ocasión.

Pero en lo concerniente a la llaga del bajo vientre de nuestra antecesora, nada que hacer, ¡no daba señal de mejoría!

El muchacho curioso, el descubridor de la llaga, era el único que aún no había probado sus remedios en la joven. Se encaminó al bosque para buscar lo que podría sanarla de una vez por todas.

Mientras recorría el bosque en busca de plantas medicinales, escuchó de repente el típico alboroto de monos en la arboleda. Rápidamente se escondió, con la esperanza de matar alguno si se aproximaban. No tardaron en aparecer dos monos, persiguiéndose. Súbitamente, no lejos del joven y bajo sus ojos, asombrados, uno de los animales se colocó de espaldas sobre la rama principal de un árbol, mientras que el otro comenzaba a fornicar con él… o mejor dicho, ¡con ella! En ese instante la luz se hizo en el espíritu del joven: esos monos eran una hembra y un macho, y lo que hacían…

—¡Caray —se dijo el joven—. ¡Entonces, no es una llaga! Es un... —Y en ese momento inventó el término ‘sexo de mujer’.

Deslumbrado por su descubrimiento, ganó rápidamente el pueblo. Reunió a todos los curanderos cuyos esfuerzos habían resultado vanos en el intento de curar a la joven. La pobre todavía seguía dietando.

—¡No es una llaga! —les dijo, e inmediatamente les contó lo que había visto en el bosque.

—¡Qué interesante! —asintieron los otros—. Si los animales hacen así, entonces nosotros debemos hacerlo igual. Ensaya tú primero pues tú has visto cómo sucede eso. Nosotros observaremos cómo te comportas y luego ensayaremos a nuestra vez.

El muchacho se reunió con la joven en su hamaca. La acomodó tal como la mona se había dispuesto y, repitiendo punto por punto la actitud del macho, mostró a sus compañeros la única y verdadera forma de sanar lo que habían tomado en un principio y por error como llaga.

Este primer éxito concitó gran entusiasmo, sobre todo en las demás mujeres. Comenzaron a empujarse, buscando que el joven las iniciara a ellas también en ese nuevo uso. A todas, fuesen jóvenes, mujeres, ancianas, recién nacidas, él prestó el mismo servicio.

Ahora, el joven, muy fatigado, estaba echado de espaldas, cuando una última jovencita se le acercó. Como ya no estaba en condiciones de montarla, ella se agachó en cuclillas sobre su regazo. ¡Mala suerte! Al sentarse sobre él, le dobló la verga y se la rompió Así fue como murió el que había descubierto el uso del sexo.

Claramente el significado difiere de forma curiosa dado que el experimentador ante lo distinto (acto de la jovencita) ve su virilidad mutilada.

 

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