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Mostrando entradas de agosto, 2012

AGUA Y ESPANTO

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Cuento de Ana Cuevas Unamuno Ariadna despertó sofocada por el ahogo. Boqueó frenética mirándose las manos vacías de hilo, y entonces comprendió que Teseo había tan solo demorado el espanto. Ningún dédalo podría detener la furia pura de las aguas. Mannawydan, Poseidón, Neptuno, ¿importa acaso el nombre de la fuerza que arrasa en su oleaje cuanto absurdamente intenta detenerle el paso?. La mentira y la traición frutos de la soberbia humana perpetuándose a sí mismas despiertan una y otra vez la urgencia de equilibrio. La tierra avanza en busca de armonía sin propósito alguno de venganza, diseñando en sus movimientos el indiscriminado juego de las fuerzas que no detienen su hacer ante las súplicas, ni distinguen entre los seres y las cosas. Ariadna lo sabe. Ariadna abre sus ojos oyendo el retumbar que de lejos se acerca. Gritos, llantos, derrumbes, golpes, conjugan un coro sin voces, que enmudece toda palabra. Mira pasar chapas, cuerpos, troncos, ollas, vestidos, zapatos... un enjambre

Aquí pasan cosas raras

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Un cuento de Luisa Valenzuela       En el café de la esquina -todo café que se precie está en esquina, todo sitio de encuentro es un cruce entre dos vías (dos vidas)- Mario y Pedro piden sendos cortados y les ponen mucha azúcar porque el azúcar es gratis y alimenta. Mario y Pedro están sin un mango desde hace rato y no es que se quejen demasiado pero bueno, ya es hora de tener un poco de suerte, y de golpe ven el portafolios abandonado y tan sólo mirándose se dicen que quizá el momento haya llegado. Propio ahí, muchachos, en el café de la esquina, uno de tantos. Está sólito el portafolios sobre la silla arrimada a la mesa y nadie viene a buscarlo. Entran y salen los chochamus del barrio, comentan cosas que Mario y Pedro no escuchan: Cada vez hay más y tienen tonadita, vienen de tierra adentro... me pregunto qué hacen, para qué han venido. Mario y Pedro se preguntan en cambio si alguien va a sentarse a la mesa del fondo, va a descorrer esa silla y encontrar ese portafolios que ya casi

Miro

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        Se desgaja tu ladera, nacen pliegues en tu gesto Falta el aire                                        Lo sé La piel se quiebra, se abren los poros muta el gesto en ausencia las palabras se silencian. se acorta la distancia              Y ya casi no estás                                 Casi Porque aún alcanzo tu aroma. © Ana Cuevas Unamuno Etiquetas de Technorati: Ana Cuevas Unamuno , Miro , Poesía

LAS PALABRAS

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Un cuento de Ana Cuevas Unamuno Miro por la ventana, el día está gris presagiando una tormenta que no quiere llegar. Metros de ladrillo y balcones me separan de los transeúntes que deambulan aturdidos con el cotidiano ruido de rutinas y costumbres, deslizándose por la vida sin tener certeza del rumbo y menos, mucho menos, de aquello que sucede alrededor. Lo leo en sus ojos, en sus muecas, en la palidez de sus siluetas. Lo veo en mi, no una sino mil veces, cuando desprevenida sorprendo mi ausencia en un espejo cualquiera. Desconectados del afuera, ¿cómo no estarlo del adentro? ¿Cuándo fue la última vez que deseché preocuparme por la miríada de minucias cotidianas, para dedicar un momento a mis turbulencias internas? La preocupación tiene sus ventajas, la mente está ocupada en situaciones reales e imaginarias, que funcionan de maravillas para distraernos de lo importante. Como tantos otros, soy hábil para mantenerme ocupada, envolverme en ruidos, aturdirme en tareas, disculparme en c

Acuérdate

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un cuento de Juan Rulfo (México) Acuérdate de Urbano Gómez, hijo de don Urbano, nieto de Dimas, aquel que dirigía las pastorelas y que murió recitando el «rezonga ángel maldito» cuando la época de la influencia. De esto hace ya años, quizá quince. Pero te debes acordar de él. Acuérdate que le decíamos el Abuelo por aquello de que su otro hijo, Fidencio Gómez, tenía dos hijas muy juguetonas: una prieta y chaparrita, que por mal nombre le decían la Arremangada , y la otra que era rete alta y que tenía los ojos zarcos y que hasta se decía que ni era suya y que por más señas estaba enferma del hipo. Acuérdate del relajo que armaba cuando estábamos en misa y que a la mera hora de la Elevación soltaba su ataque de hipo, que parecía como si se estuviera riendo y llorando a la vez, hasta que la sacaban afuera y le daban tantita agua con azúcar y entonces se calmaba. Ésa acabó casándose con Lucio Chico, dueño de la mezcalera que antes fue de Librado, río arriba, por donde está el molino de l

LA PACHAMAMA (Madre Tierra)

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Cuento popular Argentino Don Hilario y su hijo salían a cazar guanacos, vicuñas y llamas. Por lo general, Don Hilario mataba más animales de los que necesitaba, aunque vendía luego en el pueblo todos aquellos que le sobraban. A la Pachamama, no le gusta que cacen sus animales por deporte, y menos que maten a las madres de las manadas. Don Hilario, sin darle importancia a eso, fue a cazar como todos los días, pero aquella mañana la Pachamama les dio un aviso, haciendo temblar la tierra y produciendo derrumbes en los cerros. Padre e hijo intentaron cubrirse en una cueva, pero su mula se empacó y cayó a un precipicio; éste fue el primer pago que cobró la Pachamama. Terminaba el temblor y volvía el silencio. Los pobladores y viajeros, viendo la mula en el fondo del abismo, asustados, corrieron a hacerle una ofrenda a la Madre Tierra, para calmar su enojo y enterraron cosas que llevaban, como ginebra, coca, cigarros, y le hablaron en voz baja, con mucho respeto, pidiendo perdón, buenas c

LA FE Y LAS MONTAÑAS

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        Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios. Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era mas difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía. La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de Fe. Augusto Monterroso, La oveja negra y otras fábulas, 1969 Etiquetas de Technorati: LA FE Y LAS MONTAÑAS , Augusto Monterroso , La oveja negra y otras fábulas , cuento