El valor de los padres

Este es un cuento que muestra el valor de esos padres que están presentes y ocupando su rol a plenitud. es también un cuento que me da placer narrarlo pues muestra una sabiduría que quisiera poseer.

La montaña donde se abandonaban los ancianos

(Cuento popular japonés)

 

Había una vez hace mucho, mucho tiempo, una pequeña región montañosa dónde la gente tenía la costumbre de abandonar a los ancianos al pie de un monte lejano.

Creían que cuando se cumplían los sesenta años dejaban de ser útiles por lo que no podían preocuparse más de ellos.

En una pequeña casa de un pueblecito perdido, había un campesino que acababa de cumplir los sesenta años. Durante todos estos años había cuidado la tierra, se había casado y había tenido un hijo. Después había enviudado y su hijo también se había casado dándole dos preciosos nietos.

A su hijo le dio mucha pena que su padre hubiese llegado a la edad de la inutilidad, pero no podía desobedecer las estrictas órdenes que le había dado su señor. Así que se acercó a su padre y le dijo:

— Padre, lo siento mucho pero el señor de estas tierras nos ha ordenado que cumplamos con nuestro deber y te llevemos a la montaña.

El anciano que aún se sentía con la plenitud de sus fuerzas y la mente lúcida, miró a su hijo con tristeza y asintió

—Haz lo que debas hacer hijo mío.

Sin que mediaran más palabras el joven se cargó al viejo a la espalda, pues estaba sabido que a los ancianos andar les fatiga, e iniciaron el viaje hacia las montañas.

Mientras iba caminando el joven se fijo que su padre dejaba caer pequeñas ramas que iba rompiendo. El joven creyó que quería marcar el camino para poder volver a la casa.

—De nada vale padre que señales el camino pues bien sabes que para ti no hay regreso — le dijo con pena.

—Vamos a un lugar lejano y escondido, al que ni tu ni yo hemos ido jamás, me apena que no encuentres el sendero de regreso, y como tu cargas conmigo bien puedo yo dejarte las señales que te guíen.

Al oír estas palabras el joven se emocionó con la generosidad de su padre, y sintió la opresión de la congoja en el pecho; pero continuó caminando porqué no podía desobedecer al señor de esas tierras

Cuando finalmente llegaron al pie de la montaña, el hijo con el corazón hecho pedazos dejó allí a su padre. Para regresar decidió utilizar otro camino, pues pena le daba desandar solo lo andado juntos. A poco de andar se detuvo, la noche ya caía y por mucho que lo intentaba no lograba dar con el camino correcto.

Ya la luna reinaba en el cielo cuando una vez más llegó junto a su padre. Al verle tan sereno y tan sabio, en un impulso nacido del corazón le cargó sobre su espalda y le pidió que le indicara el camino

Gracias a las ramitas rotas que el viejo había dejado por el camino pudieron llegar sin problemas a su casa. Toda la familia se puso muy contenta cuando vieron de nuevo al anciano. Entonces el joven decidió esconderlo debajo los tablones del suelo de su cabaña para que nadie lo viese y no le obligasen a llevárselo otra vez.

Tenía miedo pues el señor del país que era bastante caprichoso a veces pedía a sus súbditos que hiciesen cosas muy difíciles, pero al mismo tiempo sabía que él no podía obedecer cuando la orden iba contra su corazón.

Un día, poco después de lo que les he contado, el Señor del país reunió a todos los campesinos del pueblo y les dijo:

— Quiero que cada uno de vosotros me traiga una cuerda tejida con ceniza.

Todos los campesinos se quedaron muy preocupados. ¿Cómo podían tejer una cuerda con ceniza? ¡Era imposible! El joven campesino volvió a su casa y le pidió consejo a su padre que continuaba escondido bajo los tablones.

—No temas hijo, ve y trenza una cuerda apretando mucho los hilos. Luego has de quemarla hasta que sólo queden cenizas.

El joven hizo lo que su padre le había aconsejado y llevó la cuerda de ceniza a su señor. Nadie más había conseguido cumplir con la difícil tarea. Así que el joven campesino recibió muchas felicitaciones y alabanzas de su señor.

Otro día el señor volvió a convocar a los hombres de la aldea. Esta vez les ordenó a todos llevarle una concha atravesada por un hilo sin usar herramienta alguna. El joven campesino se volvió a desesperar. ¡No sabía cómo se podía atravesar una concha con un hilo sin usar herramienta alguna! Apenas llegó a la casa fue a ver a su padre quien al verle preocupado le preguntó que le pasaba. El hijo le explicó y el padre dijo:

—No desesperes hijo mío, ve y coge una concha, luego orienta su punta hacia la luz. Cuando lo hayas hecho toma un hilo y engánchale un grano de arroz. Entonces dale el grano de arroz a una hormiga y haz que camine sobre la superficie de la concha. De este modo conseguirás que el hilo pase de un lado al otro de la concha.

El hijo siguió las instrucciones de su padre y así pudo llevar la concha ante el señor de esas tierras. El señor se quedó muy impresionado y le dijo:

—Muchacho realmente me sorprendes, estoy orgulloso de tener gente tan inteligente como tú en mis tierras. Ahora dime ¿cómo es que eres tan sabio?

El joven no sabía que contestar, pensó por un momento, y de pronto siguiendo un impulso nacido de su corazón decidió contarle toda la verdad:

—No soy yo el sabio señor, sino mi padre.

Ante la mirada extrañada del señor, el joven continuó:

—Seré sincero con usted. Hace un tiempo atrás mi padre cumplió sesenta años y por lo tanto, siguiendo vuestras órdenes debía yo dejarle abandonado a su suerte en la montaña. Le llevé hasta allí, incluso le dejé, pero no pude abandonarle y le traje de regreso. Las tareas que nos encomendó eran tan difíciles que no hallaba yo como cumplirlas y en mi desesperación acudí a mi padre que me aconsejó sabiamente, y es de este modo que he podido cumplir con vuestras órdenes.

Cuando el señor escuchó toda la historia se quedó impresionado. Nunca había imaginado que una persona anciana pudiese poseer tal sabiduría. Luego de meditar un momento se levantó y dijo conmovido:

— Este campesino y su padre me han demostrado el valor de las personas mayores. Debemos tenerles respeto y por eso a partir de ahora ningún anciano deberá ser abandonado.

Y a partir de entonces les ancianos del pueblo continuaron viviendo con sus familias aunque cumplieran sesenta años, setenta, ochenta, noventa… ayudando a los más jóvenes con la sabiduría que habían acumulado a lo largo de toda su vida.

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