¡QUE ÚTIL SABER DECIR QUE NO!

   

Queremos encontrarnos, abrazarnos, sentirnos libres y… ¡no podemos! Entonces sentimos ansiedad, tensión, angustia, temor, furia, y muchas veces no sabemos qué hacer con todas esas emociones.

Transitamos #tiempos muy complejos, en los que la #agresividad y la #violencia están a flor de piel, y nos exigen descubrir cómo manejarlas.

Seguro que en este mismo momento al leer decimos: ¿Agresividad? ¡Ay no…, yo no! La palabra misma nos choca, nos pone a la defensiva y por eso ¡cuánto esfuerzo ponemos muchas y muchos en impedirle su expresión natural! Paradójicamente la agresividad al igual que otras energías naturales tales como: la sexualidad, el deseo, la necesidad, el amor…, son las que permiten la #vida.

Energías que no son buenas ni malas en sí mismas, de la misma manera que el agua no es buena ni mala en sí misma, puede calmar la sed o ahogarnos, todo depende….Es decir que las energías naturales pueden producir desastres o impedirlos. Pueden ayudarnos o destruirnos. Cada una de nosotras/nosotros somos una particular combinación de dichas energías que cuando están en equilibrio asumen una dirección creativa, y cuando no ¡ay! comienzan nuestros problemas.

Desgraciadamente por esos motivos tan difíciles de clarificar pareciera que socialmente la palabra “agresividad” está muy mal vista, quizás por eso mientras unas /unos nos esforzamos en asegurar que “no somos agresivas-agresivos”, otras-otros nos disculpamos (incluso avergonzamos) por nuestra agresividad, o bien nos justificamos por las circunstancias que nos rodean, o culpamos a los otros que nos provocan… ¡falso!, todos somos agresivos, ¡por suerte! ya que la agresividad es el impulso a crecer, a progresar, a avanzar, a movernos, a masticar (comer), a conquistar nuestros objetivos y dominar la materia (es decir la vida misma) , es lo que nos permite aprender (que es un modo de conquistar) y a autoafirmarnos como individuos, a tal punto que nuestro lenguaje está plagado de términos que la reflejan: atacamos un problema, vencemos una dificultad, nos enfrentamos a los obstáculos, ejecutamos tal o cual acto, actuamos de tal o cuál manera, nos premian por nuestro dominio de tal o cuál materia…

Es sólo cuando esta pulsión natural se ve bloqueada por otros, por distintas circunstancias o incluso por aspectos de nuestra naturaleza, que se transforma en cólera, furia descontrolada, instintos asesinos, violencia, rencor, odios, resentimiento, depresión, o…en enfermedad… y claro ¡ahí sí que deja de gustarnos!

La mala fama de la agresividad nos lleva a situaciones muy destructivas incluso cuando creemos ser constructivos, como por ejemplo a estallidos irracionales de los que después nos arrepentimos y nos sentimos fatal, o a controlar tanto la expresión de nuestro enojo que terminamos permitiendo abusos inaceptables; o a no poder decir que “no” y por lo tanto no saber poner límites que nos resguardarían saludablemente.

Cuando la agresividad  se ve bloqueada bien podemos enfurecernos, tener arrebatos coléricos, gritar e insultar, romper platos…. en todos esos casos se nos hace obvio el enojo y aunque no sea del mejor modo lo expresamos… Pero ¿qué pasa cuando no sucede así? Pasa que igual lo expresamos y lo hacemos de modos indirectos que nos dañan. Veamos algunos:

·                    Nos sentimos extremadamente cansadas/os y decaídas/os.

·                    Nos contracturamos.

·                    Estamos malhumoradas/ malhumorados por nimiedades.

·                    Somos criticas /críticos

·                    Nos sentimos amargadas/amargados o desganadas/desganados.

·                    Tenemos dos por tres accidentes (aunque sean menores, caídas, golpes, cortes, quemaduras….y decimos ¡que torpe!).

·                    Dos por tres alguien nos arremete, nos maltrata, nos ataca.... y no entendemos por qué. (Entonces decimos: no entiendo, yo no le hice (dije) nada)

·                    Nos resentimos (incluso en ocasiones podemos tener fantasías de venganza que nunca cumplimos)

·                    ¡Nos enfermamos!

 

Unas preguntas útiles que podemos hacernos, comenzando por sincerarnos al contestar son:

— ¿En lo profundo de mi creo que la furia, la agresividad, y/o el enojo, son algo que no debería expresar libremente? ¿Son para mí algo malo?

— ¿De qué manera expreso mi agresividad en cualquier situación sea importante o no?

— ¿De qué maneras no expreso mi agresividad?

— ¿Se hacerme valer o no?

— ¿En que situaciones y de qué modos dejo que me maltraten o me maltrato?

— ¿Me doy cuenta cuándo algo me enoja o digo “yo casi nunca me enojo”? Si es así cuándo me enojo y refreno mi impulso a expresarme: ¿cómo me freno?

 

Mucho se puede decir sobre este tema, esto es apenas una reflexión que aspira a estimular en nosotras-nosotros el deseo de “darnos cuenta” del modo en que estamos canalizando nuestra agresividad para poder, en caso que no sea saludable, modificarlo y ayudarnos a sanar.

 

Para cerrar quiero compartir una anécdota interesante: “Cuando Piero Ferrucci (escritor y psicólogo) le preguntó a Florence Nightingale (famosa enfermera) qué era lo que motivaba su trabajo hospitalario tan productivo, ella respondió sucintamente: —La furia.”

Ella supo canalizar de modo creativo y constructivo la furia que le producía ver el lamentable servicio de salud de su época. Seguramente nosotras- nosotros sepamos hallar maneras igualmente creativas y constructivas de canalizar nuestra furia. 


©Ana Cuevas Unamuno 

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL CIRCULO DE BABA

Hans, mi pequeño erizo

NOCHE BUENA