EL TIEMPO Y….NOSOTRAS LAS MUJERES

Como el tiempo cambia, cambia mi mirada, mis espacios del alma, mis ganas. Hoy comparto un poco de humor. Irónico, agudo, preciso, familiar…

Estoy segura que algunas de nosotras al leer reconoceremos las que fuimos, otras las que somos, y otras…otras las que serán…

Les dejo disfrutar……

 

LOS GRAFITIS DE MAMÁ

TOTI MARTINEZ DE LEZEA

Monólogo de un ama de casa de 50 años … y más

Autora: Totí Martínez de Lezea

¡Por fin sola! Voy a poder ducharme sin que alguien abra un grifo y el agua cambie súbitamente de temperatura y, además, voy a depilarme sin tener que salir del baño a media operación porque alguien quiere lavarse los dientes. Todo sea que llamen a la puerta de la calle, que no es la primera vez que ocurre, y tenga que ir a abrir envuelta en ese albornoz del año de la cachipún, descolorido y con algún que otro hilo colgando. Un día de éstos me compraré uno nuevo, pero ya veremos, porque, la verdad, tampoco es que lo utilice demasiado. El último que compré hace un par de años se lo regalé a Mirari sin estrenar porque ella no tenía ninguno. Por cierto, que también le regalé un jersey de rayas horizontales que a ella le está de cine ya mí me hacía cuadrada.

Pues mira, pensándolo mejor, en vez de una ducha voy a tomar un baño y le voy a echar el contenido del frasco que me regaló mi cuñada Lucía hace tropecientas navidades y que metí en el fondo del armario del cuarto de baño porque no hacía más que estorbar. De hecho tengo varios. A ver... dónde está... A veces pienso que me los regala porque alguien se los ha regalado a ella primero y no sabe qué hacer con ellos. Es muy persistente en su ecuación: Navidad igual a frasco de gel de baño. En fin, también yo le regalo lo mismo cada año: una poinsetia, de las pequeñas.

¿Qué, decido ducha o baño? Baño. Me lo merezco; me merezco un baño de espuma como esos que aparecen en las películas, y no voy a poner velas encendidas porque es de día y porque tampoco tengo velas, ni sitio para colocarlas. Quedan muy bien en las películas, pero luego habrá que limpiar la cera que se queda pegada en las baldosas. Pondré música y cerraré los ojos. ¿Dónde diablos estará aquella casete de Joan Baez que tanto me gustaba? Da igual. Bob Dylan servirá. Y ahora, adentro.

¡Cielos! ¡Qué placer, qué pérdida de tiempo y... de agua! Pero, mira, un día es un día, y hoy es mi cumpleaños. A ver si así se me pasa el dolor de espalda.

Esto de levantarse de la cama con dolor de espalda es una lata; se supone que tendría que despertar fresca como una rosa. Tal vez sea el colchón, mejor dicho: los colchones, el original de nuestra cama y el que pusimos encima cuando quitamos la cama de Jon y no sabíamos qué hacer con el suyo. ¡Con eso de que Manu no tira nada porque todo puede ser útil en algún momento! Un día voy a tirarle esas cajas que tiene llenas de papeles. No sé para qué le vale guardar los recibos de la luz de hace treinta y tres años, y los de la renta del primer piso, y las placas que le hicieron cuando era niño...

A lo mejor me pasa a mí lo que a la princesa del cuento, aquella a la que la reina hizo dormir encima de doce colchones bajo los que había colocado un guisante para comprobar que era de sangre real y al día siguiente apareció llena de moratones. Aunque lo más probable es que se deba al acarreo durante años de la bolsa de la compra, de la botella del butano y los mil y un pesos que un día sí y otro también muevo de un lado para otro.

¿Qué edad tendrá Bob Dylan? Tiene que ser ya bastante viejo porque era mayor que yo cuando me emocionaba con sus canciones protesta en la década de 1960. Me las sabía todas de memoria. ¿Qué será de aquella guitarra vieja que aprendí a rascar? Treinta y tres..., treinta y tres... Blowin' in the wiiii-iind! ¡Dios! ¡Qué años más estupendos! Claro que... ¿cómo no iban a ser estupendos si yo entonces te-nía dieciséis o diecisiete años? Y aquella ropa..., vestidos hasta los tobillos, blusas indias, túnicas y pantalones de pata de elefante que, por cierto, vuelven a estar de moda. Qué pena haberme deshecho de los que tenía, aunque ¿qué tonterías estoy diciendo? ¡No me entrarían más allá de las rodillas! Yo no soy, aunque me encantaría, como Felimari, que se tiñe el pelo de colores chillones, lleva faldas largas y chalecos de flecos e incluso una vez me la encontré por la calle con calcetines de rayas de colores. Le tengo una envidia..., porque ella está a gusto consigo misma, no parece que vaya a cambiar y le importa un bledo lo que opine la gente.

Blowin' in the wiiiiiind! Haz el amor y no la guerra... El amor con reparos, claro, sin pasar de un beso de tornillo y de algún manoseo que otro en la oscuridad del portal, que era lo más a lo que se podía llegar cuando había que estar en casa a las diez en punto de la noche. Los chicos pusieron los ojos como cuadros el otro día, cuando les dije que había fumado algún que otro porro en mis años mozos. Se me quedaron mirando como si estuvieran viendo a un marciano. Y cómo se rieron cuando les dije que yo también iba a las manifas y corría delante de los grises. ¡Se creerán que han inventado ellos el mundo! No pueden imaginarse joven a su madre y, sin embargo, lo fui y lo soy. No envejece el cuerpo, sino el espíritu, y el mío está en plena forma. Creo que ni siquiera se imaginan a sus padres haciendo el amor, aunque, a decir verdad, yo tampoco me imagino a los míos en sus buenos tiempos, pero ¡de algún sitio salí yo y de alguno han tenido que salir ellos! En fin, la juventud es una enfermedad que desaparece con los años, todo es cuestión de esperar a que se quiten los granos.

Bueno, voy a depilarme las piernas antes de que se quede el agua fría. Siempre he querido hacer como en los anuncios de la tele. Cojo la maquinilla, levanto la pierna por encima de la espuma y... ¡mierda! ¡Qué leche me he dado! Es que no lo he hecho bien. A lo mejor... si pongo el pie encima del borde de la bañera..., ¡mierda! Yo sí que voy a acabar como la princesa del guisante, pero ¡a golpes! Está visto que esto de hacer de modelo publicitario no es lo mío. Bueno, ya me depilaré después.

Voy a lavarme el pelo con este champú de «rosas silvestres» que lo deja brillante y le da volumen, a ver si funciona, aunque lo dudo. Si todo lo que anuncian fuera cierto, no habría por la calle más que mujeres de mi edad estupendas, delgadas, con melenas hasta la cintura y sin una arruga. «Utilice esta crema y su rostro volverá a recuperar la tersura de su juventud...» Y nos colocan a una jovencita sin chicha ni «limoná» para demostrarnos lo eficaz que es la susodicha crema, ¡como si todas las maduras fuéramos tontas de capirote! Es como esas películas que echan en la tele en las que aparecen unas ingenieras, unas médicas o unas abogadas que son la repera de listas y de guapas, mientras los tíos son viejos y fofos, excepto el protagonista, claro, que siempre es un cachas. Ya me gustaría a mí ver a la tía Elisa en el «antes» y el «después».

Qué guapa era... ¡Guapísima! Siempre tan bien vestida y tan bien peinada; con un cutis de geisha, perfecto. Sin embargo, nunca reía; todo lo más una sonrisa de vez en cuando. Según ama, era para que no le salieran arrugas. ¿Y de qué le ha servido? Hay que ver cómo está ahora la pobre, parece la momia de Tutankamón, con la cara llena de arrugas: en la frente, en las mejillas, en la barbilla e incluso en la nariz. Es la única persona que conozco que tiene arrugas en la nariz y no se le van a quitar aunque se meta en una bañera llena de crema supermaravillosa, superguay, superrejuvenecedora de esas que anuncian en la tele. Jabón, agua y aceite era la receta de la abuela para mantenerse joven, y también, creo yo, el optimismo, la risa a flor de los labios, la sonrisa que iluminaba su preciosa cara de abuela de cuentos, con una piel de melocotón que daba gusto besar. Igual que ama, que está estupenda y siempre dice que durante toda su vida ha procurado no mezclarse con gente envidiosa y no ha añorado nunca lo que otros tenían, ni se ha quejado por lo que no tenía. Esa es la única receta mágica, dice, para estar guapa. Lo de la envidia es que es como la octava plaga de Egipto. Cuando era joven no me daba cuenta, aunque ama ya me decía que no me fiase de las que se llamaban amigas y aprovechaban la menor oportunidad para quitarte el novio. La verdad es que tampoco le di a nadie la oportunidad de quitarme al Manu... ¡Bien guardado que me lo tuve! Y ahí lo tengo, tan guapo, o casi, como cuando nos casamos. Ahora, sin embargo, veo, palpo la envidia y hago como ama, evito tratar con esas personas que nunca son felices porque siempre anhelan lo que tienen los demás, aunque ellas posean mucho más.

¡Tengo espuma hasta en las cejas! Voy a quitar el tapón y a esperar a que se vaya el agua, y mientras, me aclararé con la ducha. ¡Vaya éxito! Para eso podría haberme evitado la molestia del baño espumoso. Creo que el teléfono está sonando... Será mi madre o mi suegra, que llaman para felicitarme. Pues que vuelvan a llamar. No voy a salir así, desnuda y sin aclarar, porque voy a mojar todo el suelo.

¡Jobar! ¡Se ha acabado el agua caliente! ¡Maldita sea! ¡Mira que le dije ayer por la noche a Manu que cambiara la bombona! «Qué va. Tú siempre tan exagerada. Si todavía hay para unos días...» Pero, por si acaso, él sí se ha duchado con agua caliente. A ver cuándo nos ponen el gas ciudad, que estoy hasta el moño dé tirar de la bombona.

Menos mal que ya me he aclarado la cabeza y parte del cuerpo. Un pequeño esfuerzo y ¡hala! agua fría en las piernas, que dicen que es bueno para la circulación de la sangre. No sé quién dijo el otro día que antes nadie se bañaba y todo el mundo olía a sudor y a otras cosas, pero supongo que no lo notarían. Como esos amigos de Manu que viven al lado de la papelera y no la huelen.

¿Qué hago, me depilo o no? Mejor lo dejo para otro día. Total, un pelo de más o de menos... Además, siempre voy con pantalones y no se ven. ¿Y si me atropella una bici al salir del supermercado y me tienen que llevar al hospital? Habría que ver la cara de las enfermeras cuando descubrieran las melenas de mis piernas. Oye, pues mira, en algunos países opinan que el vello es bello y las mujeres ni siquiera se depilan los sobacos. Claro que en otros se depilan hasta... eso. No me sentí nada cómoda cuando me lo depilaron las veces que fui a dar a luz: cuatro partos, cuatro depilaciones. La verdad..., eso de que venga alguien y te rasure como si estuvieras en una barbería de hombres... De todas formas, como decía la abuela, lo importante es llevar siempre la ropa interior limpia y sin agujeros, que luego te pasa lo que a la tía Leo, que fue al hospital a por la ropa de la prima, que había tenido un accidente, y a poco se muere de la vergüenza al comprobar que las bragas eran de color azul tirando a gris, de ese color que se queda cuando se te cuela un calcetín negro entre la ropa blanca. Igual al de los calzoncillos de Manu que la vecina recogió de la cuerda un día de lluvia. Desde entonces siempre cuelgo en el baño la ropa de color «incierto», pero ¡habrá que oír los comentarios de esa chismosa! Seguro que todavía se acuerda.

Voy a estrenar el conjunto sujebraga que compré en esa tienda de ropa interior que han abierto aquí al lado. Nunca he sido fetichista, donde esté una buena braga de algodón que se quiten las puntillas, que luego hay que almidonar, pero me gustó este color granate vino Burdeos. De vez en cuando no está mal hacer una pequeña locura. A ver el sujetador... Tenía que habérmelo probado antes de comprarlo..., ¡y eso que cogí la talla más grande! Bueno, los pechos quedan un poco prietos; parezco la chica ésa que corre por la playa y se dedica a hacer el boca a boca a los ahogados. Dicen que a los hombres les gustan los pechos grandes, pero cuanto más grandes, más abajo caerán, pienso yo. Todo se cae con el tiempo.

Algunas se los operan para aumentar su tamaño, ¡vaya ganas! No digo que no te operes cuando es necesario, cuando hay una malformación, una secuela de enfermedad o una quemadura grave, pero, al parecer, eso de las operaciones estéticas es una industria que genera miles de millones de beneficios anuales y es una práctica que se ha convertido en usual. Que no me gusta la nariz, me la opero; que no me gustan los labios, me los opero; que tengo arrugas, me las quito; que me cae la papada, me la estiro... No sé, eso de entrar alegremente en un quirófano para que me quiten de aquí, me pongan de allí, me estiren o me encojan, me da repeluznos. Y, de todos modos, aunque te arreglen algunas cosas, ¿qué pasa con el resto? Los brazos, los muslos, el culo... Y si te quitan la piel que te sobra, ¿qué ocurre cuando vuelves a engordar?, ¿la piel se estira porque es elástica o explota como un globo hinchado?

 

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