Blancaflor, la hija del diablo

 

            -Cuento Tradicional Europeo-

 

Eran tres muchachas que se estaban bañando en un río y a esto que pasó por allí un muchacho que era rey y se sentó en la orilla a verlas cómo se bañaban. Cuando le pareció, el muchacho cogió la ropa de la más chica, se la escondió y se fue. Cuando las muchachas salieron a vestirse, dice la más chica:

-¡Ay, mi ropa, que no aparece, que se la han llevado!

Y las otras:

-Pues aligérate y búscala que si no nos vamos.

Empezaron a buscarla por las cañas y las malezas del río, pero nada. Venga a buscar por todos lados, pero no la encontraron.

-Pues nosotras nos vamos.

Total, que se fueron y dejaron a la hermana chica allí sola. En ese momento apareció el muchacho, y le dice ella:

-Dame mi ropa. ¿Por qué me has tenido que coger mi ropa?

-Te la doy si me dices quién eres.

Ella le dijo quién era y él le devolvió la ropa.

-Nosotras somos las hijas del diablo, de modo que como mi padre se entere de que tú andas conmigo...

-Pues, mira, yo ando buscando trabajo, así que si tú me dices dónde vives, yo llego y hablo con tu padre a ver si me da algo de trabajo.

-Venga. Cuando yo me haya ido, entonces vas tú.

-Sí, pero me tienes que decir cómo tengo que hablar con tu padre, cómo lo saludo.

-Pues tú vas como si fuera una casa normal: “Buenos días” o “buenas tardes”, y ya le cuentas lo que quieras.

Y así lo hizo. Ella se fue y al ratito de llegar llamaron a la puerta.

-Buenas tardes. Mire usted, vengo buscando trabajo, vengo andando desde el pueblo a ver si usted me pudiera dar...

-¿Y qué sabe hacer?

-Lo que sea. Usted me manda lo que sea, que yo hago de todo.

-Bueno, pues le voy a dar trabajo. Mañana le diré lo que tiene que hacer.

Y le enseñó dónde iba a estar su cuarto, junto a la cuadra, para que se quedara a dormir ya aquella noche.

Antes de anochecer se le presentó la hija pequeña del diablo, que se llamaba Blancaflor.

-Mira, mi padre te va a mandar mañana al mar para que cojas un anillo que se le cayó a su madre, mi abuela, así que tú, cuando te mande, le dices que te dé un cuchillo, un lebrillo y una botella, y haces como si yo no te hubiera dicho nada.

Por la mañana lo llamó el diablo y le dijo:

-El primer trabajo es este: tienes que ir al mar y coger un anillo que se le cayó a mi madre. Es un recuerdo de familia, así que lo que quiero es que me lo traigas.

-De acuerdo, pero me tiene usted que dar un cuchillo, un lebrillo y una botella.

Y así se fue camino de la playa. Al llegar, ella estaba allí, y el muchacho le preguntó:

-Ahora dime tú a mí qué hago yo ahora, cómo cojo yo ese anillo.

-Verás, ahora tú me vas a matar, mi sangre la vas a echar en la botella con mucho cuidadito, que no vaya a caer fuera ni una gota, y las tajaditas las vas echando en el lebrillo. Cuando lo tengas todo listo lo tiras al mar.

Así lo hizo él. No quería, pero ella lo convenció pidiéndole que confiara en lo que le decía. Y pasó que, cuando estaba echando la sangre en la botella, cayó una gotita en la arena. “Bueno, no importa, por una chispita no se va a dar ni cuenta”, pensó él, así que lo tiró todo al mar.

Al rato aparece ella nadando con el anillito en la mano, puesto en un dedo que tenía un trozo menos.

-Has hecho lo que te he dicho, pero se te ha caído una gotita de sangre y mira la chispita menos de dedo que tengo.

El fue y le dio el anillo al padre, que le dice:

-¡Ay, que tú andas con mi hija Blancaflor!

-¿Usted tiene una hija que se llama Blancaflor?

-No, no, hijo, eso es un refranillo mío.

Y el muchacho se hizo el tonto, como si no hubiera visto nunca a la hija.

Aquella tarde llega otra vez Blancaflor a hablar con él:

-Mira, mañana mi padre te va a encargar que construyas allí enfrente un horno y después que amases la harina y que hagas pan caliente. Todo eso lo tienes que terminar en un día.

-Pero, ¿cómo voy a hacer yo eso?

-Pues nada, cuando te lo diga mi padre tú te acuestas a dormir.

-¿Tú comprendes que yo me pueda acostar a dormir?

-Tú hazme caso.

Llegó el padre y le dijo:

-Mira, mañana por la mañana vas a construir en aquel sitio un horno. Cuando lo tengas hecho vas a amasar la harina, le vas a meter fuego y nos vas a hacer pan caliente para la una del día.

-Ya veré si lo puedo hacer.

-Lo tienes que hacer si quieres seguir vivo.

Él se echó a dormir y llegó ella, que como era la hija del diablo, lo hacía todo en un momento.

-Chiquillo, que son cerca de la una. Ahí lo tienes todo hecho. Llévale el pan a mi padre.

Y allá fue él con el pan.

-Tome usted.

Y el padre:

-¡Ay, que tú andas con mi hija Blancaflor!

-¿Usted tiene una hija que se llama Blancaflor?

-No, no, hombre, eso es un refranillo mío.

Y él haciéndose el tonto. Entonces el diablo le dijo:

-Voy a poner a mis tres hijas al lado de la puerta y tú vas a escoger a una, la que tú quieras, y con ella te vas a casar.

Ella le advirtió al muchacho:

-Mi padre nos va a poner al lado de la puerta sin que nos veas la cara, así que tú te fijas en la que tenga el dedito de menos. Cuando digas: “¡Aquella!”, me coges corriendo por el vestido porque mi padre sabe mucho y nos puede cambiar.

A la mañana siguiente, el diablo llamó al muchacho.

-Mira, tengo aquí a mis hijas, elige la que tú quieras para ti.

Entonces empezó a fijarse y a fijarse.

-Mire, aquella misma que tiene usted allí, y le echó mano al vestido para que no la cambiara.

-Bueno, pues esa misma. Pero antes te tengo que poner otra prueba. Ya te avisaré.

Entonces llegó ella, como siempre, y le dice:

-Mira, ahora nos va a convertir a las tres hermanas en palomas, nos va a subir en aquel tejadito y te va a preguntar a ver qué palomita escoges. Como las tres somos iguales, yo haré así un poquito con el ala y ya sabrás que soy yo.

El diablo lo llamó a la mañana siguiente.

-Mira, allí arriba tengo tres palomitas blancas. ¿Cuál te gusta a ti de las tres?

-Esa misma que ha meneado el ala.

Entonces el diablo la convirtió en persona y resultó que era ella.

-Vale, ya que la has escogido, te puedes casar con ella.

Se casaron y se fueron a dormir al piso de arriba de la casa. Pero el padre no estaba contento y pensó: “Esta noche a ese lo mato yo; se le ha metido en la cabeza a mi hija Blancaflor, pero a ese lo mato yo esta noche”. Pero ella, como todo lo sabía, dice:

-Mira, mi padre nos va a matar, pero yo he pensando que vamos a hacer lo siguiente: él tiene en la cuadra dos caballos, uno el del viento y otro el del pensamiento. El del viento está muy gordo y el del pensamiento está muy flaco. Yo voy a coger dos pellejos de cochinos y los voy a llenar uno de vinagre y otro de vino dulce. Los voy a poner en la cama como si fuéramos nosotros dos. Mientras ve tú y coge el caballo del pensamiento.

Él se fue, pero cuando llegó le dice ella:

-¡Ay, que has traído el del viento, que está más gordo!

-Es que el otro lo vi muy flaco y pensé que no iba a aguantar nada. Por eso he cogido este.

-Ya no nos da tiempo, este mismo vale, que mi padre ya mismo viene a matarnos.

Ella cogió una toalla, un peine, un espejo y un cofre y se subieron al caballo. Allá que se fueron los dos, pero antes de salir echó una saliva grande en la habitación. En esto que el padre se acercaba a la habitación y le decía:

-¡¡¡Blancaflor!!!

Y la saliva le contestaba:

-¡Mande usted, padre!

-Todavía están despiertos, no puedo ir a matarlos.

Al rato otra vez:

-¡¡¡Blancaflor!!!

Y la saliva cada vez más bajito:

-¡Mande usted, padre!

-Bueno, ya se están durmiendo.

Al rato otra vez:

-¡¡¡Blancaflor!!!

Y la saliva más bajito porque se iba secando:

-¡Mande usted, padre!

Y al rato ya no contestaban.

-Ahora es la mía, ya están dormidos.

Cogió un cuchillo, le dio una puñalada a uno y otra al otro. Del primero le saltó un poco de vinagre en la boca y dice: “¡Ay, qué sangre más fuerte tienes!”, y del otro le saltó vino dulce y dice: “Y tú, ¡qué dulce la tienes!”.

Se fue para abajo y se lo contó a su mujer:

-Ea, ya he matado a tu hija y a tu yerno, que, por cierto, ¡tiene una sangre más fuerte!

-¡Ay, tonto, si lo que tú has hecho es pinchar dos pellejos, uno de vino dulce y otro de vinagre! ¡Y tu hija va corriendo camino del campo!

-¿Sí? Pues ahora yo voy a ir tras ellos y no se me van a escapar.

Fue a la cuadra y cogió el caballo que corría tanto, el del pensamiento. Ella, que todo lo sabía, le dice:

-¡Mi padre viene, mi padre viene!

-¿Qué hacemos?

Ella tiró el peine y todo se volvió huerta, él se convirtió en hortelano y ella en lechuga. Y pasó por allí el diablo y se paró.

-Oiga usted, hortelano, ¿ha visto pasar a un hombre y a una mujer en un caballo?

-Las lechugas, que todavía no han crecido y no las he amarrado.

-No, hombre, que si usted ha visto pasar por aquí...

-¿Las papas? Todavía ni han nacido.

-¡Váyase usted a tomar viento, que está más sordo que una tapia!

El diablo se volvió a su casa y le dijo a su mujer:

-No la he podido encontrar. Lo único que me he encontrado ha sido un hortelano muy sordo.

-¡Ay, tonto! El hortelano era tu yerno y la lechuga tu hija.

-Bueno, pues ahora voy otra vez y no me engaña más.

Ella, como lo sabía todo, dice:

-¡Ay, mi padre viene otra vez!

-¿Qué hacemos?

Tiró la toalla y se volvió iglesia, y ella era la virgen y el muchacho el ermitaño. Y llegó el diablo y le pregunta al ermitaño:

-¡Oiga! ¿Ha visto usted pasar a un hombre y a una mujer montados en un caballo?

Y el otro le contesta:

-Las doce no son, todavía no son.

-Que si usted ha visto pasar...

-El primer toque todavía no ha dado, así que la misa tarda.

-¡Usted está más sordo que una tapia, váyase a tomar viento!

Se volvió a su casa y se lo dijo a su mujer:

-No los encuentro por ningún sitio, sólo he visto una iglesia con un ermitaño más sordo que una tapia.

-Pues ese era tu yerno y la virgen era tu hija.

-Bueno, pues voy otra vez y ya no me engañan más.

-¡Quita, hombre, déjame a mí, que a mí no se me escapa!

Y fue la madre. Y Blancaflor que se da cuenta:

-¡Ay, ahora viene mi madre y a ella no la podemos engañar! Seguro que nos coge.

Entonces Blancaflor tiró el espejo que llevaba y todo se convirtió en un mar, así que su madre no pudo pasar y le echó una maldición:

-¡Permita Dios que tu marido te olvide!

Y se volvió a su casa. Mientras, ellos siguieron caminando para el pueblo del muchacho y, antes de llegar, él la dejó a ella al lado de un árbol.

-Espera aquí, que voy a por un coche.

-Sí, pero te cuidado, que no te bese ni te abrace ninguna anciana, que mi madre nos ha echado una maldición.

-Pero...

-Es que como una anciana te bese o te abrace tú te vas a olvidar de mí.

-¿Cómo me voy a olvidar de ti con lo que te quiero?

Llegó a su casa y su madre lo besó, pero él no se olvidó de Blancaflor.

-Mamá, mientras yo me echo una cabezadita, llama a un coche, que tengo a mi mujer esperándome.

La madre fue a por un coche y entonces llegó la abuela y le dio un abrazo. Volvió la madre y le dijo:

-Ya está aquí el coche que querías.

-¿Qué coche, mamá?

-Chiquillo, ¿tú no me has mandado a por un coche para tu mujer?

-¡Anda, mamá! ¡Qué coche ni qué mujer! Ni tengo mujer ni quiero coche.

Y le dijo al hombre del coche que se fuera.

Pasaba el tiempo y Blancaflor se subía todos los días al árbol a ver si venía su marido, pero nada. Junto al árbol había una fuente donde todos los días cogía agua una criada negra que tenían en palacio, y cuando se acercaba veía reflejado en el agua un rostro blanco y se decía: “Tú tan blanca y yo tan colorá, rómpete y cantarás”, y el cántaro se rompía. Y así todos los días. Cuando la criada llegaba al palacio, le preguntaban:

-¿A ti qué te pasa que todos los días rompes el cántaro? A partir de ahora, te daremos uno de lata.

Cuando la negra fue otra vez a la fuente, sintió llorar a un niño, miró para arriba y descubrió a Blancaflor en la rama del árbol. La muchacha le contó toda la historia:

-Estoy esperando a mi marido desde hace mucho tiempo y he tenido este niño mientras lo esperaba.

Entonces, la negra le dijo:

-¿Quieres que te peine? Porque llevas tanto tiempo aquí que tienes el pelo fatal.

-Vale, pues péiname.

Cuando la estaba peinando cogió una agujita de cabecilla negra y se la clavó en la cabeza a Blancaflor, que se convirtió en una paloma. La criada cogió al niño, contó la historia en palacio y se sentó en el árbol a esperar a que llegara el rey. Cuando él llegó, la criada le gritó:

-¡No te dije que no te besara ninguna anciana!

Él empezó a recordar algo.

-Pero... ¡si tú no eras así!

-Hijo, tanto tiempo dándome el sol...

-Pero... Esto es muy raro.

Se quedó pensando pero se la llevó a palacio.

Todos los días venía la paloma a los jardines de palacio, se le acercaba al jardinero y le decía:

-Jardinero del rey, ¿cómo le va a su rey con su reina mora?

-Muy bien, señora.

-¿Y su niño, ríe o llora?

-Unas veces ríe y otras veces llora.

-¡Qué triste de mí! Yo por el campo sola.

Tantos días pasaba esto que el jardinero fue a contárselo al rey, que le dijo:

-Pues te voy a dar un lacito de pita para que, cuando se acerque, le eches el lazo y la traigas.

Al otro día llegó la paloma y tuvo la misma conversación con el jardinero, pero ella, sabiendo lo que querían hacerle, añadió:

-Y lazo de pita no cae en mi patita.

El jardinero se lo contó al rey, que dijo:

-Pues usaremos un lazo de plata.

Volvió la paloma y tuvo la misma conversación con el jardinero, aunque añadió:

-Y lazo de plata no cae en mi pata.

Otra vez fue el jardinero a contárselo al rey, que pensó en ponerle un lazo de oro.

Cuando la paloma conversó con el jardinero, ella añadió:

-Y lazo de oro cae en mi patita y en todo mi tesoro.

Y se dejó coger para que la llevaran a palacio.

Estaban comiendo los reyes cuando el jardinero llegó. La reina, que se dio cuenta de que era Blancaflor, no quería que la paloma estuviera allí, pero el rey insistía:

-Pero mira qué bonita es.

Hasta que de tanto mirarla le vio la agujita negra clavada en la cabeza.

-Pero, ¿qué es lo que tienes aquí?

Y arrancó la aguja. En ese momento, la paloma se convirtió en Blancaflor y él empezó a acordarse de todo. El rey le preguntó a Blancaflor:

-¿Qué quieres que hagamos con la criada?

-Que la maten y la pongan de escalón para que cada vez que yo suba o baje la pise.

Así lo hicieron y así se acabó este cuento.

 

INFORMANTES: Remedios Cabello y Ana Navarro (Tarifa, Cádiz)

RECOGIDO POR: Mª Luz Díaz

(Este texto forma parte del libro LEYENDAS Y CUENTOS DE ENCANTAMIENTO RECOGIDOS JUNTO AL ESTRECHO DE GIBRALTAR. Editado por Asociación LitOral)

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