CERQUITA DE UN HÉROE

                           Un cuento de: MARÍA ESTHER DE MIGUEL

Cómo no, señor, trataré de hacerle un sosegado informe acerca de lo que me tocó pasar cuando fui a las Islas y enfrenté con las fuerzas propias al enemigo, mejor pertrechado y con armamento sofisticado, como es sabido, porque salió en todos los diarios.
En primer lugar quiero decirle que el día en que resulté designado fue un gran momento de mi vida, porque yo quería ir a luchar contra las fuerzas invasoras, aunque no me gustaba dejar Corrientes, que, amo usted sabe, es una tierra relinda. Y yo sabía que la iba a extrañar, como iba a extrañar a mi familia, o sea a mi mamá y a los gurises, o sea la Ñata y el Pedro y la Juana y el Lula y ... bueno, como son ocho no quiero cansarlos. Yo soy hijo de mi papá y de mi mamá, pero a lo mejor soy hijo de mí mamá solamente, porque en el tiempo en que yo nací, entre la Juana y el Lula, mi papá estuvo preso por razón de ser de política distinta (a la del Gobierno, claro) y yo recién de grande me dí cuenta de que sin mi papá mi mamá no pudo tenerme. Bah, pudo tenerme, si, pero no de mi papá, ¿estamos? Pero mi papá, que es el Rolo, ha sido siempre un padre, o sea que yo no he estado nunca guacho, como algunos desgraciados, razón por la cual te cuento que a mí me costó dejarlos, pero los dejé no más, porque servir a la Patria es un deber y a mi en todo ese año que estuve en la colimba me enseñaron subordinación y valor y yo bien que entendí la lección, aunque soy un poco lerdo de entendederas, además de no tener escuela ¿vio?. Primero y basta. En cambio, miré, rápido soy de oído, por eso puedo tocar en mi bandoneón, y de corrido, cualquier cosa, no bien la escucho. Compensaciones que trae la vida ¿no?
Bueno; yo ya era un soldado camino a la guerra y cerquita de ser un héroe, que era lo que la Patria andaba necesitando, según nos decían. Un "Hércules" nos llevó al teatro de operaciones, a sea a Puerto Argentino. Fue emocionante llegar. Más por las cosas que nos habían inculcado, supongo, porque, la verdad, todo aquello era un páramo y si a mí me hacía recordar algo de Corrientes (que, en realidad, es lo único que conozco de geografía del mundo) era a algunos descampados de Iberá, donde entre los esteros uno camina y se entierra, y ya no camina más, porque se enterró del todo.
Novedad, novedad fue el frío !válgame Dios! Y después, el viento, yo conocía la crecida del río, pero de crecida de viento tuve noticias allí. Por cierto, aprendí muchas cosas: cavar trincheras, minar campos, asentar caminos. Si parecía mentira, yo que hasta entonces sólo servía para gritar "sábalo a ochenta el kilo" o tocar el bandoneón No hay caso una guerra enseña cosas útiles si uno pone atención. Se lo contaré al Lula, me decía.
Pensamientos del principio, qué quiere, Con el tiempo, se nos fueron mermando las ganas de pelear. Para colmo, a los extranjeros esos les gusta pelear los feriados. Al principio pensamos que de punto herejes la tenían con los domingos. Pero despUés, cuando ya las fuerzas propias entraron en contacto directo con el invasor, supimos que todo era porque a ellos en los week end, que les dicen, cobraban doble. Supongo que usted sabrá: ellos no pelean por la patria y cosas como subordinación y valor sino por un sueldo ¿vio? ¿Qué me dice? Cada uno tiene sus gustos, pero dejarse matar por plata, digo yo, ese no entra en mis pensamientos. Entra en los de otros ¿vio? Claro que no son pensamientos extranjeros.
Le iba diciendo: todos veíamos que las cosas se ponían feas. Ya ni ganas nos quedaban de llegar a ser héroes, metidos como estábamos en el barrizal, muertos de frío y de hambre y viendo morir a montones bajo el nutrido fuego enemigo. Yo anotaba todo para contárselo al Lula y pensaba y pensaba. ¿Que cuál era el curso de mis pensamientos? La velocidad de corazón es algo grande en tiempo de guerra, pensaba se pasa del coraje al miedo, del mucho ánimo a la disminución del espíritu, del temor religión al descreimiento... Lo único que no pasa es el frío. Y el hambre. Y la bronca. Porque, como le decía, con tanta helazón, con días y días de aguante y con dieciocho  grados bajo cero, lo único que se desea es que todo acabe de una vez, aunque sea reventado como acabó el Ramírez, uno de Goya, que no dijo ni ay cuando dio un paso desgraciado, pisó una mina y voló por los aires en pedazos que nosotros juntamos. Pero le juró: en ninguno de los pedazos yo reconocí la figura del Ramírez de Goya.
Pero lo peor de lo peor llegó cuando, por decisión de los mandos superiores, mi Compañía emprendió su curso en dirección Sudoeste, hacia el monte Longton, entonces bajo el poder enemigo, que debíamos recuperar.
El duro fuego de accionar inglés no nos daba paz, pero nosotros avanzábamos, no más. Cuando llegamos a lo que había sido el puesto de las fuerzas propias !qué quiere que le diga, señor. Pero sosiego mi corazón y le explico: aquello era una carnicería. Mezclados los soldados argentinos y los otros eran todos iguales, y por todos uno se moría de lástima. ¿Sería necesario todo esto? Información que pregunto, señor, pero no creo hallar respuesta. En un refugio patriota encontramos ... una salvajería. Le ahorro detalles, pero le digo: cosa de bicho animal, no de hombre. Dijeron que eran los gurkas, y que ese tratamiento le daban a los enemigos, o sea a nosotros. Pero yo puse mi pensamiento: tales ruindades no creo sean cuestión de raza sino que va de persona a persona. Fíjese que en Corrientes yo conocí, aunque no por mirada propia sino por historias transmitidas, algunos matreros que descuartizan y esas cosas y por eso me dije: ser así es una maldición que alcanza a algunos, ya sean correntinos de Corrientes 0 gurkas de no sé dónde. Porque al enemigo, se lo digo yo a usted, usted le tiene rabia cuando no lo ve, pero en cuanto lo tiene de cuerpo cercano, con ojos y cara, cambia el sentimiento. No sé cómo decirle, pero le juro que pasa. Yo, por ejemplo, estaba sirviendo de apoyo a las propias fuerzas con fuego de mortero, cuando tuve ocasión de ver a un inglés enterito. Medio despistado, se había acercado por demás al enemigo, o sea a nosotros. Y qué quiere, en vez de darme alegrón tenerlo tan cerca, me entristecí. Me pareció que le veía los ojos azules como bolillas, y el pelo rubio y la cara llena de esos miedos que da ver tanta muerte cerca y ¿vio?, sentí tanta lástima que casi le digo cuidado, pero no le dije nada, cumplí con mi deber, o sea, apreté el dispositivo, pero eso sí, justo entonces cerré los ojos porque, la verdad, no quería enterarme qué le había pasado al rubión de los ojos claros.
Justo cuando nos estábamos replegando, porque al monte Longton minga que lo íbamos a retomar, según iban las cosas, con esos como dos mil fusileros ingleses que venían por oleadas, justo entonces, le digo, oigo como un suspiro, pero más dolido que un suspiro cualquiera. ¿Y quién era? El teniente Osorio, pálido con toda la palidez del mundo y en el vientre un buraco y saliendo del buraco el triperio, con perdón, que eran vísceras de cristiano y teniente, y los ojos, pobrecito, estaban como si de golpe les hubiera entrado muchísima vejez.
Yo me acerqué y un sargento también y lo quisimos levantar pero vimos que si lo movíamos se iba, porque hay avisos y avisos y el de ese porte era aviso de muerte. El. con un hilo de voz, nos dijo váyanse y comuniquen qué me pasó. Y el sargento lo cubrió con su capote y le dio la mano y le dijo sí, mi teniente, y a los dos les caían lagrimones y a mí también, para qué lo voy a negar.
Se fue el sargento pero yo me quedé, me quedo en razón de mis piernas, le dije, porque a mi también me dieron y no puedo caminar. Y ahí no más me puse a su lado. Pero a mí no me habían alcanzado nada sino que ¿cómo iba a dejarlo solo al teniente para que se muriera como un perro? Dígame. Y a más ¿qué le iba a decir al Lula? Así que me quedé, pero no mucho, porque al teniente los ojos se le fueron cerrando, como si no dieran más de sueño, y después dio un respingo y después nada más. Y entonces yo le puse su mano, - la que encontré - sobre el pecho y le dije el reguiescatimpace que decía mi abuela en los velorios y empecé a correr y correr. Porque de golpe se me había ido el aprecio por el jefe y me entró el amor por mí. Y corrí hasta que todo se oscureció y yO apenas alcancé a preguntarme: ¿Y esto se lo podré contar al Lula? Pero no alcancé a darme ninguna contestación.
Me desperté en la enfermería de las fuerzas captoras, por cuestión de las piernas. Yo me decía: por suerte, la granada no me dio en la cabeza. Porque una pierna es una pierna y otra pierna es otra pierna y las dos piernas juntas es peor, pero siempre es peor peor, porque es sin vuelta, la cabeza, y yo a la cabeza la tenía.
Tenía, además, las manos, mire qué suerte. Por lo del bandoneón lo digo ¿vio? Además, le cuento: yo creo que me conformé así, con tanta conformidad, porque en seguida me acordé de Pepe, de apelativo el Cortito, puesto que es de humanidad abreviada: tronco, cabeza y de extremidades, sólo las de arriba. Pepe el Cortito ¿sabe? se pasó su vida vendiendo limones y naranjas y mandarinas, o sea cítricos, que es lo que por allá se da, en el mercado frente a la plaza. ¿Y por qué yo no podría hacer lo mismo, cuanto más que lo mío no ha sido por microbio de enfermedad o destino de nacimiento sino por hecho bélico patriótico, o sea por defender algo nuestro? A más que el pobre Pepe siempre tuvo que andar sobre sus muñones y a mí, seguro, me van a regalar en seguida una silla de ruedas, ahora que soy casi un héroe, según me dicen todos y hasta salió en los diario.
Algo siento, no le digo que no: no poder ser tractorista, que era lo que más quise ser en mi vida. Pero pienso: aunque me quedé sin piernas no es tan grave, o sea, que mi destino no se cerró, como quien dice. Si la vida trae desgracias, apareja también linduras. ¡Míreme el tiempo de este día lleno de sol, por un ejemplo! ¡Y todas las cosas que tengo para contarle al Lula! ¿Se sonríe? ¿Qué quiere? Pasé los peligros de las muertes que arrastra la guerra. Ahora soy de este modo: pensar tranquilo y corazón sosegado. Ah, y el bandoneón para alegrarnos, que, por suerte, como le decía, me quedaron las manos.

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