Alonso Cueto, Mi biblioteca personal.

Artículo del novelista peruano y profesor universitario Alonso Cueto, un cálido y personal homenaje a los libros y a la lectura.


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Mi biblioteca personal


Uno lee un libro y su vida puede cambiar para siempre. El territorio de la ficción que fabuló un escritor se convierte para nosotros en un lugar sólido, con cuerpos y rostros, aromas y sonidos, emociones y actos decisivos. El mundo se aparece como más complejo e intenso, los seres
humanos resultan más diversos y atractivos.
Los lectores nos convertimos en portadores de algunas de las palabras, de las imágenes de ese libro, y con ellos seguimos viviendo siempre. Cada uno de nosotros es, en otras palabras, el resultado de los libros que ha leído y conserva en la memoria. Nuestra biblioteca es nuestra memoria. Gracias a esa memoria, podemos vivir de un modo más pleno, me atrevo a decir que más seguro y feliz. Hay algunas frases que se quedan con nosotros para siempre, que forman parte de nuestro modo de lidiar con la vida.
No recordamos propiamente sino algunos pasajes que los inaugura. El momento en que Jean Valjean salva la vida y condena a Javert, en Los miserables, o el momento en el que Ana Karenina se enfrenta al ferrocarril con un miedo similar al que tenía cuando se tiraba al agua
siendo niña o el momento iluminado en el que Borges abre la puerta del sótano y distingue un tornasolado fulgor. Algunos pasajes, algunas frases, algunos recuerdos, en suma, algunos talismanes, se convierten en un acto de magia, el de la creación de la vida. Estos pasajes son los que nos reflejan la vida tal como se nos aparece y al mismo tiempo nos ayudan a vivir. Nuestra memoria los ha modificado y a la vez nos han convertido en quienes somos.
Estos pasajes están atados a ciertos espacios y tiempos. Tengo asociado mi recuerdo de Melville a mis viajes en los metros de Madrid, cuando vivía allí. Fue durante esos viajes en ese metro, en el que los pasajeros discutían en torno de la democracia en España en 1977, cuando
la obsesión del capitán Ahab entró para siempre en mi corazón, y cuando la imagen de la ballena blanca surcando el océano formó por primera vez parte de mi vida. Del mismo modo, mi recuerdo de Los miserables está atado a la casa de la que entonces era mi novia y ahora mi esposa,
Kristin, en Austin. No puedo separar mis imágenes de Jean Valjean  –en especial de su muerte, algo de lo que aún no me recupero–, de las sombras de los árboles que se cernían sobre ese balcón de madera en el que ella me acompañaba.
Cuando leí algunos de los pasajes que me deslumbraron, que fueron como una revelación del sagrado poder de la literatura, fueron tan intensos que recuerdo todo lo que ocurrió a mi alrededor en ese instante, como si me hubiera caído una revelación. Cuando leí Moby Dick, tenía 23 años y acababa de llegar a España y cuando leí Los miserables, tenía casi 30, vivía en Estados Unidos y estaba muy enamorado. Creo que esta asociación entre la vida del lector y la vida de la obra es siempre parte esencial de nuestra biblioteca personal. Recordamos dónde y cuándo hemos leído los libros de nuestra vida y esos libros impregnan esos tiempos y lugares, y quienes éramos entonces en ellos. La vida que nos rodea es también parte de nuestra lectura, porque los libros son también sobre la vida, sobre la vida concreta de los personajes pero
también sobre la vida del lector, desde la cual aprecia un libro.Cada lector por lo tanto lee un libro desde algún tiempo o espacio, desde los suyos. El mismo libro, leído en épocas distintas de nuestra vida, es un libro distinto, como descubrió Borges en “Pierre Menard, autor del Quijote”. Nuestra biblioteca personal es tan relativa como lo somos nosotros. Pero una gran obra le puede decir algo esencialmente parecido a muchos lectores, en muchos lugares y tiempos. Todos,
cualquiera sea nuestra cultura o lengua, celebramos a Shakespeare o a Cervantes. Y eso ocurre porque en todo texto literario hay un encuentro entre lo mundano y lo sagrado, entre lo contingente y lo permanente.

No sé por qué, de pronto los restaurantes de carretera  tienen  una  dimensión mágica en los cuentos de Raymond Carver y una caja de fósforos tiene una reverberación sagrada en el cuento de Chéjov. La soledad de los seres humanos está reflejada en esos restaurantes y en
esos fósforos, como nunca la habíamos visto en la vida real. La gran literatura es el descubrimiento de lo sagrado en lo cotidiano, gracias a las palabras. Estas palabras que tienen un sentido tan utilitario y con frecuencia banal entre nosotros, adquieren en manos de un gran escritor un poder de iluminación de la realidad que las hace únicas.
Una consigna romántica muy antigua nos dice que los libros nos ayudan a evadir la realidad. Esta es una verdad a medias, que incluye su contraparte. Los libros nos ayudan a evadir la realidad, pero también a entender, a profundizar, a vivir más plenamente la realidad. Recuerdo
que la primera vez que llegué a París, lo primero que hice fue conocer el Barrio Latino y el de Saint Marceau, cuya descripción me había impresionado tanto al comienzo de Papá Goriot. Desde entonces, nunca he podido ver ese barrio sin pensar que la Vauquer y Rastignac y Vautrin merodean por allí (…) Los autores acomodan, idealizan, deforman, degradan la realidad y ese prisma es el que mantenemos con nosotros, en la biblioteca personal con la que volvemos al mundo. Cada vez que llegamos a Madrid o a Buenos Aires o a Londres, las frases y escenas de Galdós o de Borges o de Dickens están con nosotros, ofreciéndonos las ciudades que ellos pusieron en nuestro corazón. Es por eso que la biblioteca personal, ese arsenal de recuerdos de nuestros libros, es un prisma a través del cual reconocemos, percibimos y vivimos el mundo.
Con esto quiero decir que la biblioteca personal no es la que tenemos en los anaqueles sino la que tenemos en la memoria. La que tenemos en los estantes puede alimentar y servir de base a esta última, pero la biblioteca íntima, la de nuestros recuerdos, la de las frases que recitamos de memoria y la que viene en nuestra ayuda en los momentos decisivos de nuestra vida, es la nuestra.

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