Cuento Popular Andino. Bolivia, Ecuador, Perú, Panamá En una montaña, vivía un patojo con su mamá que era muy viejita y con dos hermanos. El patojito todos los días, sacaba a calentar al sol a la mamita. Los dos hermanos, como eran bebiones [1] , no paraban; bebían de lunes a sábado y el patojo en la choza con la mamá ya vieja, que no tenía qué comer... En una esas, llegó un sábado, tan; se murió la mama. Se murió la viejecita ¡Ahora, el patojo no tenía ni con que alúmbrale ni con qué tener! Al otro lado, había una ciudad. Entonces, el patojito se pasó para allá a pedir caridad. Entonces, recogió un poco de plata y compró un poco de querosín y con puro querosín, le veló a la mama... Y los hermanos estaban que beben y beben y no sabían la muerte de la mamá. Entonces, ya le veló, amaneció domingo. El patojito cogió a la viejecita y la cargó. Entonces, llegando a la ciudad, el patojito cargando a la mama. El que [2] llegó a la ciudad, siguió repicando misa. Entonc...
Un cuento de Augusto Monterroso Un día, hace muchos años, el Mono advirtió que entre todos los animales era él quien contaba con la descendencia más inteligente, o sea el hombre. Animado por esta revelación empezó a estudiar un gran lote de libros arrumbados desde antiguo en su casa y, a medida que aprendía, a conducirse como ser importante frente a las situaciones más comunes. Fue tal su empeño que en poco tiempo hizo enormes progresos, aconsejado por la Zorra en política y en saber por el Búho y la Serpiente. De esta manera, ante el asombro de los inocentes, pronto inició su ascenso a la cumbre, hasta que llegó el día en que amigos y enemigos lo saludaron secretario del León. Sin embargo, durante un insomnio (en los que había caído desde que sabía que sabía tanto), el Mono hizo aún otro descubrimiento sensacional: la injusticia de que el León, que contaba únicamente con su fuerza y el miedo de los demás, fuera su jefe; y él, que si quisiera, según leyó no recordaba dónde, con un po...
Un cuento de Silvina Ocampo Vivían en la obscuridad de corredores fríos donde se establecen corrientes de aire producidas por las plantas de los patios. Tenían almas de funámbulos jugando con los arcos en los patios consecutivos de la casa. No sentían esa pasión desesperada de todos los chicos por tirar piedras y por recoger huevos celestes de urraca en los árboles. Cipriano y Valerio -Cipriano y Valerio los llamaba sin oírlos la planchadora sorda, que rompía la mesa de planchar con sus golpes-. Cipriano y Valerio eran sus hijos, y cada vez se volvían más desconocidos para ella; tenían designios obscuros que habían nacido en un libro de cuentos de saltimbanquis, regalado por los dueños de casa. Cipriano saltaba a través de los arcos con galope de caballo blanco, y Valerio de vez en cuando hacía equilibrio sobre una silla rota y escondía cuidadosamente su afición por las muñecas. No comprendía por qué los varones no tenían que jugar con muñecas. No había ...
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