LA NIÑA QUE QUISO SER HADA

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Hubo una vez un Hada que llevaba bastante tiempo viviendo entre los seres humanos disfrazada de mísera ancianita, porque las hadas tienen prohibido mostrarse en su esplendor.

Llevaba ya más de cien años en la Tierra, donde había sido enviada por la Reina de las Hadas, con la misión de ayudar a los seres humanos. Estaba cansada y decepcionada. Había ayudado infinidad de veces a hombres, mujeres, niños, niñas, ancianos, ancianas y ¡nunca, nunca le habían agradecido! Quizá por parecerles a los beneficiados que las ayudas llegaban de una forma casual. Ya no quería trabajar más en la tierra, por eso cierta noche buscó el silbato de oro para las emergencias y lo hizo sonar. Al momento aparecieron dos pavos reales blancos, que componían el tiro de una bellísima carroza cubierta de plumas resplandecientes. Y en aquel preciso momento el hada se convirtió en una hermosa jovencita de rubios cabellos. Su harapienta vestimenta adquirió las formas de un espléndido vestido tejido con sedas y gasas propias de una princesa. De inmediato se sentó en la carroza y gritó a los pavos que la llevasen con la mayor rapidez al Mundo de las Hadas.

Volaron más allá de las estrellas visibles, hasta llegar a una muy especial. La carroza se detuvo frente a un magnífico castillo de cristal, todo decorado con flores, perlas y nácar. Allí vivía la Reina de las hadas.

El hada de la tierra entró a un inmenso salón cubierto de pétalos de rosa. En el fondo estaba sentada en el trono la Reina de las hadas rodeada de sus damas de honor y sus consejeros.

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La reina la miró sorprendida y le preguntó que estaba haciendo en palacio.

— ¡Oh, bellísima y magnánima Excelencia! ¿Permitís que me atreva a solicitar el relevo de mi misión entre los seres humanos? Llevó más de cien años entre esos ingratos y me siento agotada.

Había hablado con tanta sinceridad y era tan evidente su cansancio que la reina accedió a que se quedase en palacio.

Pero como era necesario que alguien la reemplazase, la Reina mandó llamar a todas las Hadas que se encontraban en el castillo y les preguntó:

— ¿Quién entre vosotras desea ir a vivir en la Tierra?

Todas se quedaron calladas, bajando la cabeza. Ni una sola se atrevió a contestar. Es que a todas les habían llegado rumores de lo difíciles e ingratos que eran los habitantes de la tierra.

La Reina preocupada al no encontrar solución, tomó una decisión, miró al Hada venida de la tierra y le dijo:

—Ya has visto que ninguna de tus hermanas se presta a relevarte, porque cada una de ellas tiene otras obligaciones. No es posible dejar el puesto vacante por lo tanto debes regresar.

El Hada comprendió que nada podía decir. Debía obedecer. Miró con pena la espléndida sala del trono, que brillaba como si fuese el sol, miró a la reina, con su espléndido vestido tejido con el resplandor de las estrellas, y a las demás Hadas, todas guapísimas y ricamente ataviadas. Casi se le saltaron las lágrimas al pensar que iba a perder todo aquel esplendor para siempre, ya que estaría condenada a vivir otros cien años llevando unas ropas feas y harapientas, además de tener que sufrir la ingratitud de los habitantes de la Tierra. No obstante, obedeció. Fue en busca de su carroza y ordenó a los pavos reales que la devolvieron al tercer planeta del sistema solar.

Su llegada fue a suceder al mediodía, en el centro de una pradera que se extendía frente a su mísera cabaña. Como el Hada estaba tan preocupada no se dio cuenta de que allí mismo se encontraba jugando una niña. Y ésta se quedó anonadada ante el insólito espectáculo, pues nunca en su vida había contemplado a una señora tan hermosa, ni visto una carroza de luz tirada por pavos reales de blancura exquisita.

Ha de ser un hada, pensó la niña y en voz alta dijo

— ¡Nada quisiera más que ser un hada y verme así de bella!

Al oírla el hada, que hasta entonces no la había visto, la miró y una gran sonrisa se dibujó en su rostro.

— ¡Oh, criatura! ¿Es que nunca habías visto un Hada? — le preguntó con un tono cariñoso:

— ¡Jamás, señora! He oído muchas historias sobre ellas, por eso me las imaginaba bonitas... ¡Pero usted es hermosísima! ¡Ser hada ha de ser la felicidad más grande en al vida!

—Somos menos felices de lo que tú supones. En nuestro camino hay, a veces, más espinas que rosas.

— ¡Qué va, espléndida señora! ¡Si yo fuera Hada me sentiría la persona más dichosa del mundo! —dijo la pequeña.

De repente al Hada se le ocurrió una idea.

—Puedes cumplir tu sueño, si lo deseas sinceramente. Observa con atención este anillo que llevó en el dedo anular de mi mano derecha. — Le dijo mostrándole la joya de oro con una piedra preciosa en el centro— los ojos de la niña se abrieron sorprendidos, ¡jamás había visto joya igual!.

—Nada más que te lo pongas, con solo dar una vuelta su parte superior, todo lo que pidas, por grande que te parezca, se hará realidad en el acto — añadió el hada.

La niña no podía creer lo que escuchaba y veía, ¡era demasiado maravilloso!.

El hada se sacó el anillo y le dijo:

—Te lo prestaré por un año entero, pero antes debes prometerme que sólo lo utilizarás para hacer el bien.

— ¡Se lo prometo, señora Hada!— exclamó la niña emocionada y extendió su mano

Mientras el hada colocaba el anillo en el dedo de la niña le explicó la primera de las condiciones desagradables:

—Cómo nadie debe saber que te has convertido en un Hada, voy a transformarte en una ancianita harapienta.

No había terminado el Hada de pronunciar las últimas palabras, cuando la niña comenzó a darse cuenta de que toda la piel de su cuerpo se arrugaba, que sus bonitos pelos rubios se llenaban de canas y que su vestido blanco, precisamente el de las fiestas, era cambiado por unas ropas oscuras, remendadas y viejas.

Levantó la cabeza para protestar, y descubrió que el Hada había desaparecido. A punto estuvo de echarse a llorar, cuando distrajo su atención el brillo del anillo de oro en el dedo pulgar de su mano derecha... ¡Y le ajustaba tan bien como si lo hubieran hecho para ella misma!

—Me parece que ya soy un Hada —dijo convencida— ¿Cuál será mi primera obligación?

Súbitamente, escuchó una maligna carcajada, tan hiriente que la sobresaltó. En seguida se dio cuenta de que alguien se burlaba de ella. Miró por todas partes, pero no vio a nadie. De pronto recordó que poseía un anillo mágico y sin dudar le dio vuelta a la parte superior diciendo:

—¡Quiero ver a quien se está riendo de mí!

Al momento surgió de entre los árboles la Doncella del Bosque. Era una joven muy bonita, vestida con una túnica verde y una corona de hojas y llores.

— ¿Por qué me has obligado a presentarme ante ti? — preguntó malhumorada, ocultando sus manos en la espalda. — Eres una anciana desagradable, mientras yo soy la muchacha más joven y linda de todo el país.

Furiosa al escucharla la niña dio vueltas la parte superior del pidiendo recuperar su forma anterior. De inmediato volvió a ser la niña de siempre.

—¡Vaya, vaya! ¡Si que tienes el poder de transformarte!— exclamó sorprendida la doncella y se acercó suavemente hacia la niña, sin mostrar lo que llevaba en la espalda.

Riendo burlona, se sentó en un tocón y comenzó a soltar agudos silbidos. para sorpresa de la niña todo clase de aves acudieron al llamado y se posaron a su lado.

—De nuevo se ha retrasado mi pajarito preferido. Como es tan hermoso le permito que sea algo remolón. ¡Ahora mismo aparecerá! — dijo la doncella y silbó con más fuerza. Como el cielo se hallaba despejado, se pudo ver con toda claridad la llegada de un pájaro rojo, cuyas plumas y cuerpo resplandecían bajo los rayos del Sol igual que si fuera un rubí volador. Nada más posarse en la mano de la Doncella del Bosque comenzó a trinar deliciosamente una melodía fascinante.

A la primera melodía siguieron otras tan embriagadoras, que a la niña se le llenaron los ojos de lágrimas de emoción.

— ¿Te gusta? —preguntó la maliciosa joven.

—Sí, es lo que más quisiera tener ahora mismo —dijo la pequeña totalmente hechizada.

—Pues va a ser tuyo. Pero tendrás que cerrar con fuerza los ojos y extender la mano derecha.

La niña obedeció con la mayor ingenuidad y en un santiamén la astuta Doncella del Bosque le sacó del dedo el anillo maravilloso.

— ¡Niña estúpida! —se burló cruelmente—. ¡Ahora estás bajo mi poder!

Sus palabras fueron seguidas por unas terribles carcajadas y por unas danzas desenfrenadas. Y como dejó de preocuparse de mantener la espalda escondida, cuando la jovencita pudo ver lo que ocultaba. Se quedó aterrorizada... ¡La espalda estaba hueca, lo mismo que el tronco de un viejo árbol devorado por las termitas! Ante la horrorosa imagen la niña recordó las historias que le había contado su abuela, No se trataba de la Doncella del bosque sino ¡del Espíritu Maligno del Bosque! Al comprender su error lloró desconsoladamente.

— ¡Deja de gimotear, niña estúpida! —ordenó el ser perverso—. Te permitiré seguir viviendo a condición de que seas mi doncella de compañía. Pronto verás lo mucho que las dos nos divertimos. Ya puedes empezar: ¡coge ese peine y cuídate de mis largos cabellos! — dijo el perverso Espíritu y le entregó un peine de oro mientras se quitaba la corona de ramas y flores. Su largo pelo le cayó por la espalda.

La niña temblorosa empezó a peinarla.

— ¡Me estás dando tirones, maldita inútil! —Gritó el Espíritu Maligno, y le dio un golpe que la tiró al suelo. — Levántate y deja de mirarme asustada. ¡Sígueme!

Al momento empezó a correr por el interior del bosque. Pero iba muy deprisa, trepaba por los árboles con gran facilidad, igual que un gato salvaje, y brincaba de una rama a otra, deteniéndose continuamente para balancearse con la agilidad de una mona.

— ¡Sígueme, idiota! ¿Es que columpiarte no te divierte?

La niña no se movió, esos juegos le daban miedo.

— ¡Ya veo que eres más estúpida de lo que suponía! —vociferó el Espíritu Maligno enfadado—. Ahora iremos a enrabietar a los duendes negros.

De nuevo comenzó a saltar por entre los árboles con unos vuelos y brincos similares a los de los pájaros. Mientras, la niña infeliz no podía seguirla, aunque lo intentó repetidamente. Esto provocó que la malvada Doncella del Bosque, encolerizada ante la impotencia de la pequeña, la golpease con tanta violencia que la hizo llorar desconsoladamente.

—Te he pegado para que no se te pase por la cabeza que puedes escapar de mí —dijo rabiosa. Como se hallaba tan enojada sus ojos brillaron con el rojo del fuego—. Se me ha ocurrido una solución para tu desobediencia. —Entonces se alzó todo lo alta que era, levantó los brazos y gritó—: ¡Acude a mí, la que reptas en las orillas de las ciénagas! ¡Quiero que me ayudes a corregir la conducta de una rebelde!

Silbó por tercera vez, y como respuesta se vio aparecer una serpiente de mediano tamaño. Ella la cogió con sus dos manos y la colocó alrededor del cuello de la niña, como si fuese una bufanda.

¡Ya no volverás a dejar de seguirme, porque cuando lo intentes la serpiente te ahogará! —gritó el Espíritu Maligno y, soltando una nueva carcajada, siguió corriendo y dando saltos impresionantes.

A la pequeña infeliz, ante el miedo de morir estrangulada, no le quedó más remedio que intentar imitar a la Doncella del Bosque. Pero no dejó de tropezar infinidad de veces en las salientes raíces de los árboles y en los negros peñascos, hasta que las rodillas se le quedaron ensangrentadas. Jadeante y dolorida, casi sin aire en los pulmones, llegó a la cima de una montaña. El Espíritu Maligno del Bosque la esperaba sentado en una roca pelada.

La niña miró el bello paisaje que se veía desde lo alto y descubrió a una ninfa bañándose en el lago. Celoso el Espíritu del bosque la sujetó de la mano y la arrastró diciendo:

—Deja de mirar a quien no debes. Vamos entraremos en el reino de los duendes negros y les molestaremos. Antes no podía entrar pero ahora gracias al anillo, podremos. Jajajajaja— rió maliciosa.

De inmediato giró la parte de arriba del anillo pidiendo

— ¡Quiero que nos convirtamos en hormigas!

Y así como pequeñas hormiguitas entraron al reino secreto de los duendes negros.

Primero no veían nada, luego vieron unas pequeñas lucecitas que andaban por todos lados y finalmente lograron ver a unos duendes de piel negra que llevaban sujetas a las cabezas unas potentes linternas. Ellos no prestaron atención a las hormigas que muy tranquilas avanzaron a la cámara de los tesoros robados. Allí había de todo lo imaginable y lo inimaginable: Oro, piedras preciosas, plata, coronas, joyas, tiaras de perlas y piedras de todas las variedades existentes de la Tierra.

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Al cabo de unos minutos, el Espíritu Maligno del Bosque se aburrió de ver tantas riquezas, y susurró a la niña:

—Ahora iremos a visitar al Soberano de las Montañas.

Avanzaron por un angosto pasillo, hasta llegar a una sala bastante espaciosa, que estaba iluminada con unas entorchas que jamás se apagaban. En el fondo de ese salón estaba un gigante de barbas blancas y aire bondadoso y resignado, que se hallaba sujeto con cadenas a dos piedras colosales.

—Los duendes lo han hecho prisionero para robarle cómodamente sus tesoros, porque este grandullón los ha ido escondiendo por todas partes —dijo la Doncella del Bosque. Y al mismo tiempo giró la parte superior del anillo para que ambas recuperaran su aspecto normal.

— ¿Verdad que resulta muy aburrido estar aquí sin hacer otra cosa que mirar como te roban lo que te ha costado almacenar en mil lugares secretos? —preguntó el Espíritu Maligno tirando de las barbas del Soberano de las Montaña.

El viejo monarca no contestó, sino que se limitó a mirar con profunda tristeza a la niña.

La pequeña compadecida al ver el sufrimiento del anciano pidió a la Doncella del bosque que lo liberara.

— ¡Calla, estúpida! ¿Acaso crees que me he vuelto loca? ¡Este viejo siempre ha sido mi peor enemigo! Vaya, ya me he aburrido de estar aquí. ¡Ahora quiero divertirme de verdad!

Volvió a coger a la niña de la mano y la arrastró hasta la galería donde habían visto a los duendes negros. Entonces el malvado ser giró la parte superior del anillo maravilloso y ordenó:

— ¡Quiero que se apaguen todas las linternas!

Los diminutos ladronzuelos se aterrorizaron al quedar a oscuras sin poder entender qué había sucedido.i Asustados comenzaron a chillar

—¡Ay ay ay!

—Ja já — rió satisfecho el Espíritu Maligno, ahora em llevaré todas las riquezas ja já…

Tremendo el horror que sintieron los duendes al reconocer la voz de la perversa doncella. Desesperados chillaron:

— ¡El Espíritu Maligno del Bosque de algún modo misterioso ha conseguido entrar a nuestro reino! ¡¡Estamos perdidos!

El Espíritu maligno rió fuerte y girando la parte superior del anillo ordenó que las convirtieran en avispas.

Salieron volando del reino de los duendes negros.

—Ahora buscaremos a un tonto humano para fastidiarlo — dijo el Espíritu Maligno.

Sin dejar de zumbar, volaron hasta posarse detrás de la oreja izquierda del caballo, que tiraba de una carreta en al que viajaba un hombre cansado y sucio. El pobre caballo al sentir los picotazos se encabritó, y comenzó a cabalgar con una velocidad endemoniada. Pero tantas fueron las lágrimas que cubrieron sus ojos que, al no poder ver el camino, terminó estrellándose contra unos grandes peñascos. El carro volcó destrozándose y el hombre voló por los aires dando gritos de pánico.

— ¡Vayamos a socorrerlos! —suplicó la niña, atemorizada.

— ¡Nunca dejarás de pedirme estupideces! —Protestó el Espíritu Maligno—. ¡Empiezo a cansarme de ti...!

Justo en ese momento aparecieron dos chiquillos. En seguida la Doncella del Bosque y la niña se convirtieron en unas bonitas mariposas: una azul y plateada, y la otra de un amarillo tan dorado como el oro.

Dado que parecían dos joyas voladoras, los chiquillos al verlas quisieron atraparlas. Por este motivo corrieron detrás de ellas, sin darse cuenta de que estaban siendo llevados a una trampa. En efecto, unas horas después advirtieron que se habían adentrado tanto en el bosque, que no sabían dónde estaban. Cansados y asustados los pequeños comenzaron a llorar.

—¡Uf! ¡Qué molestos!— dijo el Espíritu Maligno — Dejaremos a estos llorones e iremos a ver al Rey de los Gnomos.

La pequeña suplicó que no dejasen a los niños abandonados, pero no había súplicas ni lágrimas que ablandasen el duro corazón de la Doncella del Bosque, ya que estaba girando la parte superior del anillo maravilloso, a la vez que decía:

— ¡Quiero que nos encontremos junto a los gnomos sucios!

Al momento se vieron en el interior de un túnel muy oscuro, por el que debieron avanzar de rodillas, tocando las paredes para orientarse. El pasadizo se iba ensanchando, hasta desembocar en una especie de plazoleta maloliente. La niña tuvo la impresión de que acababan de entrar en una pocilga, en cuyo suelo se encontraban infinidad de bultos verdes.

— ¡Saludos, manada de vagos! —Gritó el Espíritu Maligno—. ¿Cómo seguís durmiendo cuando el Sol hace horas que brilla en el exterior?

En seguida propinó decenas de puntapiés a cada uno de los bultos, con lo que se fueron desperezando los gnomos... ¡Qué eran tan feos como la más horrible de las pesadillas! A la deformidad de su figura y rostro unían la suciedad de sus pieles y ropas, el hecho de que sus bocas resultaran enormes y dispusieran de unos dientes amarillentos, y que tuviesen pelo por todo el cuerpo. Eran, francamente, unos monstruos de lo más repelentes.

— ¿Quién te acompaña? —preguntó el más alto de aquellos engendros, que por su aspecto parecía el Rey, ya que si se le miraba mucho entre la mugre que lo cubría se podía adivinar que llevaba una corona oscura en la cabeza.

— ¡Es una niña estúpida! —Dijo la Doncella del Bosque—Estoy aburrida de arrastrarla conmigo. Por eso he pensado que podía serviros a vosotros. ¡Os la regalo!

—Será estúpida, pero quizá resultase bonita si estuviese más sucia —dijo el jefe de los gnomos verdes—. Hace tiempo que ando buscando una esposa para mi heredero. En mi corte no hay ninguna joven que me guste. Es posible que esta niña me convenga como nuera.

Al oírlo, la pequeña sintió un escalofrío de terror.

— ¡Para celebrar el encuentro organizaremos un baile! —decidió el Rey, al mismo tiempo que se sentaba en mugriento trono, formado con trozos de maderos a medio quemar.

Al instante dos sapos gigantescos se posaron en sus rodillas y, tres centenares de gatos negros, la mayoría tan flacos que parecían huesos con piel, se despertaron. Sus ojos eran tan grandes y luminosos, que alumbraban la plaza con luz tenebrosa

Algunos gnomos verdes se colocaron en un rincón para cumplir su labor de músicos estridentes, tocando instrumentos fabricados con hierros herrumbrosos y maderas llenas de clavos. Aquellos sonidos no podían ser considerados música. A la asustada niña le hicieron rechinar los dientes y estremecerse hasta las uñas de los pies. Intentó taparse los oídos. Sin embargo detuvo esta última reacción defensiva al temer que la serpiente la ahogaría cerrando sus anillos... ¡Entonces se dio cuenta, que la serpiente había desaparecido!

Mientras se preguntaba cuándo pudo el reptil abandonar su cuello un joven duende verde la tomó en sus brazos

—¡Si, si, hijo, haces bien bailando con la niña estúpida! — dijo el rey — Así sabrás si te gusta como esposa.

La niña se vio sacudida y saltando al extraño compás que le marcaba aquel horrible duende.

—No, no. Me desagrada mucho padre. ¡Es tan inútil!

—Viéndola bailar tan mal, no puedo mas que darte la razón hijo mío— dijo el rey y luego mirando al Espíritu Maligno, añadió —Llévatela, no me interesa.

—Pero ¡qué poca imaginación tienes!—Bufó el Espíritu Maligno— Puedes usarla cuidar tus gatos, hacer tu comida más sabrosa ya que las mujeres de tu corte tienen fama de ser pésimas cocineras.

El rey lo pensó un momento y le pareció buena idea.

Satisfecho de librarse de la pequeña el Espíritu Maligno se marchó.

La niña pensó que a pesar de lo horrible de su situación, era mejor estar con los gnomos. Vivir en esa cloaca de apestoso olor, sacar al piel de los sapos muertos, y recoger el agua sucia de la ciénaga, no era nada bonito, pero por lo menos no le pegaban, ni la hacían saltar saltos imposibles o correr hasta que el sangraran las rodillas.

También debía sacar a pasear a todos los gatos negros; sin embargo, como ella los trataba tan bien, terminaron por hacerse sus amigos, de ahí que le permitieran ir sola por el bosque, mientras ellos montaban vigilancia por si aparecía algún gnomo verde.

En una de estas escapadas la niña se arrodilló a beber en un arroyo de aguas limpias y transparentes, ¡qué placer!. Mientras estaba en eso descubrió a la Ninfa que había visto tiempo atrás. En seguida se hicieron amigas y la niña le confió sus penas.

— ¿Por qué no escapas ahora que nadie te vigila? —preguntó la Ninfa después de escuchar las calamidades que estaba sufriendo su amiguita.

—Di mi palabra a los gatos de que nunca lo haría. Los gnomos verdes los devorarían nada más conocer mi fuga. Además no me tratan tan mal. Como se pasan todo el día durmiendo, sólo les preocupa que tenga preparada la cena a la puesta del sol y el desayuno al amanecer

—Eso significa que te dejan libre todas las horas de claridad. Esto nos va a permitir un viaje muy interesante —propuso la Ninfa—. ¿A que te encantaría conocer a mis hermanas las Ninfas del Mar?. Si vamos por ese río en poco tiempo alcanzaremos la costa.

— ¡Qué lindo sería!— dijo la niña, pero en seguida su sonrisa desapareció— ¡Imposible! No sé nadar— se lamentó

— ¡Esto no tiene importancia! Tómate de mi cuello y yo te llevaré allí como si fueses un barco.

En un santiamén la niña subió a la espalda de la ninfa, que era una excelente nadadora, y en un pestañeo llegaron a un río muy ancho, que parecía empujarlas más y más rápido hasta desembocar en el inmenso Mar. —Ahora debes sujetarte bien fuerte pues vamos a sumergirnos.

La niña estuvo a punto de gritar, cuando con sorpresa descubrió que en vez de ahogarse podía respirar bajo el agua. Pensó que a pesar de todo, conservaba algunos dones propios de un hada.

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Luego de descender hasta lo más profundo, llegaron ante un palacio edificado con coral rosa, en cuyos jardines varias Sirenas de largas cabelleras estaban jugando a la pelota con unas perlas del tamaño de un huevo de gallina. Otras daban de comer a los peces como la niña hacía, mucho tiempo atrás, con sus gallinas o con los perros. Había caballitos de mar, cangrejos, peces de todos tamaños y colores. Todas las recibieron con alegría y contentas de tener visitas se ofrecieron para enseñarle a la niña las cosas extraordinarias que había en el mundo acuático.

La niña nunca había contemplado tantas maravillas juntas: peces de colores celestiales, algunos de los cuales no se encuentran en el arco iris; plantas, flores y corales jamás contemplados por los seres humanos, capaces de formar composiciones de tanta belleza que dejaban sin aliento. No obstante, nada resultaba tan impresionante como la rapidez y agilidad de movimientos de las Sirenas. Infinidad de veces debieron pararse para que la aprendiza de Hada pudiera seguirlas. Después de examinar los más espléndidos ejemplares de la fauna marina, ocuparon una fastuosa carroza que era una concha gigantesca tirada por unos enormes caballitos de mar azules y rojos, los cuales estaban provistos de unas alas plateadas. Se deslizaban con mayor velocidad que los caballos de tierra firme. En un momento dado se encontraron en una pradera, en la que crecía una hierba de unos dos metros de altura tan resplandeciente como un terreno cubierto de esmeraldas. Allí pacían unas grandes vacas blancas.

Como la niña se extrañó ante aquel espectáculo, tan distinto a lo que ella suponía que debía haber en el fondo del mar, la Ninfa le contó que aquel prodigio era obra del Rey de los Océanos. Por cierto, los cuernos y las pezuñas de aquellas vacas eran de plata, y tenían un tamaño dos veces superior al de la vaca más grande que había visto hasta entonces la aprendiz de Hada. El pastor era un anciano de pelo largo y barba blanquísima, que se cubría con una túnica hecha de espuma. Llevaba en su cabeza una corona de plata. Las Sirenas le contaron que era el destronado Rey de la Luna, que a causa de su maldad, había caído mucho tiempo atrás al fondo del océano. Desde entonces las noches de luna clara emergía a la superficie llevando una lira en las manos, y cantaba canciones rogándole a su amada luna que le dejara regresar.

El día terminaba. La ninfa y la niña acompañada por las sirenas emprendieron el regreso. para entonar unas canciones en las que había condensado toda la tragedia de su existencia.

Ya anochecía cuando la pequeña llegó a la mansión de los gnomos verdes. Afortunadamente todos seguían durmiendo. La niña preparó al cena y pudo servirla sin que nadie se enterase de su ausencia.

Desde ese día, cada día la pequeña y la ninfa se reunían y jugaban. Unas veces iban al mar a encontrarse con las sirenas, otras se juntaban en los lagos con otras ninfas y en ocasiones permanecían las dos solas en el riacho, contemplando la inmensidad.

Todo estaba bien hasta que una mañana la Ninfa vio llegar a la malvada Doncella del Bosque. Como la ninfa podía hacerse invisible en el momento que presentía algún peligro, la malvada no la vio y muy tranquila se metió al agua nadar.

La ninfa en un rincón la observaba y cuando de pronto el Espíritu Maligno nadando de espaldas elevó la mano en que llevaba el anillo, la ninfa sin dudar ni un instante se lo quitó

De nada le valió a la malvada ponerse roja de ira, gritar como desaforada y maldecir a todos y a todo. La ninfa ya se había marchado a entregarle el anillo a la niña.

Cuando lo tuvo nuevamente en su dedo, llena de agradecimiento la niña le dijo:

—Pídeme lo que quieras pues ahora puedo concedértelo.

—Todo lo que puedo desear ya lo tengo, Luz, agua, una bella naturaleza… No conozco la tristeza, ni la furia, ni el dolor. El sol y la luna me cuidan, los vientos son mis amigos…

La niña entendió y por un instante deseó haber nacido Ninfa. Después de abrazar a su amiga y despedirse, giró la parte superior del anillo maravilloso y pidió verse delante del Soberano de las Montañas. Y en el acto se encontró delante del prisionero, al que intentó quitar las cadenas. Pero eran demasiado gruesas y fuertes, por lo que debió recurrir de nuevo al anillo diciendo:

— ¡Que el Soberano de las Montañas quede en libertad!

Al instante las cadenas se deshicieron como si fueran de gelatina y el viejo monarca se incorporó. Pero, antes de que pudiera dar las gracias a la niña, la vio desaparecer.

Y es que en aquel preciso instante se cumplía el año que el Hada había dado a la pequeña de plazo. De ahí que se hubiera visto obligada a partir con tanta premura. Y en el momento que se encontró en la pradera, pudo ver a la espléndida señora.

—Ahora sabes que ser Hada no trae la felicidad —comentó la Maestra—. ¡Qué fácil le resultó al Espíritu Maligno del Bosque engañarte! De no haberte enviado a la Ninfa para que te ayudase, todavía seguirías cocinando para los gnomos verdes. No has nacido para ser un Hada. Sin embargo, posees un don único: tu corazón es de oro.

La niña sonrió y devolvió con alegría el anillo mágico. Pero el hada le cerró la mano diciendo.

—Quédatelo. Ya ha perdido su viejo poder. Ahora cada vez que lo contemples recordarás que las apariencias engañan y que cada uno es lo que es y por ser es valioso.

La niña suspiró asintiendo y cuando alzó la vista el hada había desaparecido.

Nadie sabe si continúa en la Tierra o si ha regresado al Reino de las Hadas en la lejana estrella. Pero yo estoy segura que ella u otra hada han de andar por la tierra pues dos por tres suceden pequeños milagros.

 

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