FINAL DE TIEMPO
Abrió la puerta y decidió pintar la casa. Las paredes conservaban nítidas las marcas de las manos, los raspones, el roce de las nucas.
Blanco, ahora podría pintar todo de blanco y cambiar las cortinas, y poner la alfombra tejida a mano que guardó por años, para que no la arruinasen con los pies sucios de la calle.
Tiraría todo lo que no le sirviera, incluso tiraría lo que no hubiese usado en el último año, pero antes acomodaría las fotos. Quizás rompería algunas, o todas.
Dejó el tapado sobre la silla y fue a la cocina. Mientras calentaba el agua para un té miró a su alrededor estrenando un silencio que la hizo estremecer. No podía, no quería detenerse en el silencio, ni en las ausencias, menos en los recuerdos. Los recuerdos también los tiraría para que no le entorpecieran el presente.
¡El teléfono!. Tenía que desenchufar el teléfono, y el timbre, también el timbre.
Anochecía, a tientas preparó el té y buscó velas. No encendería las luces, prefería ver a medias, tenuemente, para poder imaginarse las sombras que ya no estaban, que ya no estarían nunca. O para no imaginarlas y ver el espacio que habían dejado libre. Quería saber si ese espacio era tan grande como el que tenía en su cuerpo, y si era tan hondo, y tan oscuro y tan punzante.
Cerró los ojos para que ninguna lágrima, si es que alguna le quedaba, pudiese escapar por ellos. Cerró los ojos y abrió la canilla dejando que el agua llenase la bañera.
Se desvistió despacio tirando la ropa por la ventana, alguien se la llevaría, ella no la quería. Esa ropa nunca más se la pondría. Desnuda recorrió la casa, mirando cada rincón, cada objeto y dejándose mirar por ellos. Encendió más velas, puso espuma en el baño y una ampolla de rosas que no recordaba cuando le habían regalado, ahora podría disfrutarla, el tiempo era su eternidad.
Se dejó acariciar por el agua, percibió el aroma de las rosas penetrándola hasta cambiarle el olor. Se desdibujó en la espuma, y sonrió mirando el intenso oscilar de las llamas. No pintaría, ni pondría cortinas, ni sacaría del baúl la alfombra, ni revisaría las fotos, bastaba con abandonar los recuerdos hasta no recordar que no recordaba, hasta no recordarse.
Aspiró profundamente para que el aroma de las rosas la embriagara y sin que pudiese evitarlo de su ojo cayó una lágrima, la última.
Cuando lograron apagar el fuego, un aroma a rosas pareció surgir de las cenizas.
—Fuego de velas y rosas — comentó un bombero como al descuido.
© Ana Cuevas Unamuno
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