AGUA Y ESPANTO

Cuento de Ana Cuevas Unamuno

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Ariadna despertó sofocada por el ahogo. Boqueó frenética mirándose las manos vacías de hilo, y entonces comprendió que Teseo había tan solo demorado el espanto. Ningún dédalo podría detener la furia pura de las aguas.

Mannawydan, Poseidón, Neptuno, ¿importa acaso el nombre de la fuerza que arrasa en su oleaje cuanto absurdamente intenta detenerle el paso?. La mentira y la traición frutos de la soberbia humana perpetuándose a sí mismas despiertan una y otra vez la urgencia de equilibrio. La tierra avanza en busca de armonía sin propósito alguno de venganza, diseñando en sus movimientos el indiscriminado juego de las fuerzas que no detienen su hacer ante las súplicas, ni distinguen entre los seres y las cosas.

Ariadna lo sabe.

Ariadna abre sus ojos oyendo el retumbar que de lejos se acerca. Gritos, llantos, derrumbes, golpes, conjugan un coro sin voces, que enmudece toda palabra. Mira pasar chapas, cuerpos, troncos, ollas, vestidos, zapatos... un enjambre de vida hecha muerte en un instante en el que nada tiene nombre ni dueño.

Quizás este sea el sacrificio que necesitaba Ariadna para comprender que ningún Teseo puede reemplazarla en la tarea.

Quizás esta sea la última oportunidad que ella tiene de despertarse a sí misma.

 

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