Cuento: EL Asesino sin Mano. Para decir Basta a la violencia de Género



Hoy EN EL DÍA INTERNACIONAL CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO quiero compartir un cuento como mi modo de decir:

¡BASTA A LA VIOLENCIA DE GÉNERO- BASTA A LA VIOLENCIA!

EL ASESINO SIN MANO

Cuento popular italiano recopilado por Italo Calvino
(Adaptación mía pues la escribo de memoria)

Había una vez un Rey avaro, tan avaro que a su hija única la mantenía oculta en la buhardilla por temor a que alguien pidiera su mano y él tuviera que darle una dote.
Un día llegó un asesino a esa ciudad, y se alojó en la hostería que había frente a la casa del Rey. Empezó a recoger información sobre quién vivía allí.
— Vive un Rey—le dijeron— tan avaro que oculta a su hija en la buhardilla.
¿Y qué hace el asesino? Por la noche se encarama al tejado y abre el ventanuco de la claraboya. La Princesa, que estaba acostada, ve que abren la ventana y que hay un hombre de pie en el alféizar.
— ¡Al ladrón ¡Al ladrón! —grita angustiada.
El ladrón escapa y nadie cree a la princesa. Tampoco su padre, que se niega a sacarla de la buhardilla a pesar de los ruegos de ella.
La situación se repitió otra vez con el mismo resultado.
En la tercera ocasión ella decidida le seccionó con un cuchillo la mano que había introducido por la ventana. Aullando de dolor escapa el ladrón, jurando que se tomaría venganza.
Cuando la princesa mostró la mano cortada, todos le creyeron y el Rey no pudo menos que sacarla de la buhardilla.
Pasado un tiempo, pidió audiencia al Rey un joven forastero, bien vestido y bien enguantado. El Rey quedó tan complacido con su plática que le cogió simpatía. Hablando de una cosa y de otra, dijo que era soltero, que buscaba una muchacha gentil para casarse con ella, y que estaba dispuesto a aceptarla sin dote, dado que tantas riquezas tenía él por su cuenta. El Rey, al enterarse de que no quería dote, pensó: “Este es el marido ideal para mi hija”, y la mandó llamar. La Princesa se estremeció en cuanto vio al forastero, porque le parecía reconocerlo...Y cuando estuvo a solas con su padre, le dijo:
—Majestad, me parece reconocer en ese hombre al ladrón a quien corté la mano.
— Sueñas —dije el Rey— ¿No has visto qué hermosas y enguantadas manos? He aquí a un auténtico señor.
Las bodas se hicieron aprisa y corriendo porque él no podía abandonar mucho tiempo sus negocios y el Rey no quería gastar. A la hija le regaló un collar de nueces y una cola de zorro despellejada. Después los novios se fueron en una carroza.
La carroza se internó en el bosque y en vez de avanzar por el camino principal se metió más y más en una zona tenebrosa hasta finalmente detenerse. Fue allí donde él le dijo:
—Querida sácame este guante.
Cuando ella vio la mano cortada  y supo que era el ladrón, pegó un grito a lo que él riéndose repuso:
—¡Estas en mi poder ahora y me vengaré del mal que me has hecho!—dicho esto llegaron a la casa a orillas del mar y él la ató a un árbol con una fuerte cadena, indicándole que debía montar guardia desde allí ya que en la casa guardaba todas las riquezas de aquellos a los que había matado. Allí la dejó y se marchó a sus asuntos.
La princesa miraba el mar y de tanto en tanto los buques que pasaban. Cuando distinguió a uno que parecía acercarse, desesperada hizo señas, los del buque la vieron y acudieron a  su rescate, llevándose de paso las riquezas del ladrón.
Cuando el ladrón regresó y vio que habían desvalijado su casa y se habían llevado a la princesa, seguro que solo podía haber sido por mar se lanzó en su persecución en un velero veloz que tenía amarrado cerca de la casa.
El buque la había rescatado a la princesa era un barco algodonero, gracias a eso pudieron esconder las  riquezas y a la princesa entre los copos de algodón. Pronto el asesino alcanzó al buque y ordenó que tirasen todo el algodón, pero los mercaderes con ruegos lo convencieron que no los dejase sin su única mercancía, que era mejor que metiese la espada entre los copos. Así lo hace, atraviesa los copos con su espada y en cierto momento hiere a su mujer, pero la espada sale limpia de sangre gracias al algodón que la limpió cuando pasaba. Los mercaderes aliviados le dicen que vieron otro barco cerca de allí, convencido el asesino vuelve a su barca y  va en su busca.
Los mercaderes temerosos desembarcan a la princesa en un puerto seguro. Pero ella aterrada, no quería saber nada de volver a tierra y comenzó a pedir:
— ¡Arrojadme al mar! ¡Arrojadme al mar!— Los marineros al oírla se sintieron preocupados y entraron en consejo. Uno de ellos, que era viejo, casado y sin hijos, se ofreció para llevarla a su casa con parte de las joyas del asesino.
La mujer del marinero era una anciana de buen corazón y se encariñó muy pronto con la muchacha.
— ¡Te cuidaremos como a una hija, pobrecita!
— Sois tan buenos —dijo la muchacha—. Sólo os pido una gracia: quiero estar siempre encerrada en casa y que nunca me vea ningún hombre.
— No te preocupes, a nuestra casa nunca viene nadie.
El viejo vendió algunas joyas y compró seda para que la muchacha pudiese bordar. Día tras día bordaba. Hizo un tapiz tan bello que la  vieja que cada día salía a vender sus bordados, decidió llevar este al palacio del Rey.
Cuando el Rey lo vio, sorprendido ante tanta hermosura, le preguntó quién lo había tejido. La vieja repuso que era obra de una de sus hijas. El Rey desconfiando compró el tapiz y con ese dinero la vieja compró más sedas con las que la muchacha bordó un bellísimo biombo que la vieja llevó a vender a palacio nuevamente.
Esta vez el Rey que pensaba que no podía tejer tanta hermosura la hija de un marinero siguió a hurtadillas a la vieja hasta su casa y cuando ésta estaba por entrar, trabó la puerta con un pie e insistió en ver a la joven. La vieja lanzó un alarido. La muchacha que estaba en su cuarto, oyó el alarido y pensó que el asesino había venido a buscarla, y del miedo se desmayó.
Cuando entre la vieja y el Rey consiguieron reanimarla este le preguntó:
—¿Pero por qué tienes tanto miedo de que llegue alguien?
— Es mi desgracia —dijo ella, y nada más.
Al cabo del tiempo el Rey que de solo verla se había enamorado, pidió la mano de la joven. Los padres adoptivos aceptaron porque ella aceptó, pero poniendo una condición:
—No quiero ver a ningún hombre, salvo a ti y a mí padre —llamaba padre al viejo marinero—Ni verlos ni que me vean.
El Rey accedió. Porque ante todo era celoso y le alegraba que ella no quisiera ver a ningún hombre.
Como la boda se hizo en secreto a fin de respetar el pedido, muy pronto los súbditos empezaron a murmurar: ¿por qué se oculta la reina?: ¿Será una bruja? ¿Tendrá una horrible jorobada? ¿O será una mona?....
El Rey preocupado le rogó que se dejase ver siquiera una vez.
Resignada y comprendiendo, la princesa accedió a mostrarse solo por una hora. Cuando llegó el momento todo el pueblo estaba congregado junto al palacio para verla y apenas ella apareció exclamaciones de admiración ante su belleza surgieron de todas las bocas, pero la ahora reina recorría la multitud con la mirada, llena de aprensión. Y en eso, en medio de la multitud, vio la cara de un hombre embozado, todo de negro, un hombre que se llevó una mano a la boca y la mordió en señal de amenaza, y luego alzó el otro brazo y mostró el muñón. La Reina cayó al suelo desvanecida.
Los que estaban a su lado, sin comprender qué le había sucedido, la llevaron a su cuarto, la acostaron y llamaron a los médicos, pero ninguno supo qué mal la aquejaba; ella solo quería permanecer encerrada y no ver a nadie, y no dejaba de temblar. La vieja mientras tanto acusaba al Rey
—¡Vos quisiste mostrarla y ella no quería! ¡Mirad ahora lo que ha pasado!
En esos días llegó un rico señor forastero a visitar al Rey. Al Rey le agradó mucho el hombre y le invitó a cenar. El asesino que no era otro el forastero, aceptó e invitó con el vino a todo el palacio. Lo que nadie sabía era que el vino estaba narcotizado por lo que pronto sirvientes, caballerizos, guardias y hasta el Rey mismo se quedaron dormidos. El asesino satisfecho recorrió todos los rincones para asegurarse que nadie quedaba despierto salvo la reina y él y se dirigió sigiloso al cuarto donde la reina estaba echada en la cama, con los ojos desencajados, tal como si lo esperase.
— Ha llegado la hora de mi venganza —dijo el asesino hablando en voz muy queda—Levántate y ve a buscar una palangana de agua para lavarme la sangre de las manos cuando termine de degollarte.
La Reina se levantó y corrió junto al marido.
— ¡Despiértate! ¡Despiértate, por caridad!
Pero el marido dormía. Todos dormían en el palacio, y no había forma de despertarlos. Cogió la palangana de agua y volvió.
— Tráeme también el jabón —dijo el asesino que estaba afilando el cuchillo.
Ella fue, sacudió a su marido una vez más, pero fue inútil. Trajo el jabón.
— ¿Y la toalla? —preguntó el asesino.
Ella salió, cogió la pistola del marido dormido, la envolvió en la toalla, y al entregarle la toalla al asesino, le disparó a quemarropa y le metió una bala en el corazón.
El disparo despertó a todos los borrachos, al Rey en primer lugar, y acudieron a ella corriendo. Encontraron al asesino muerto y a la Reina finalmente liberada del terror.


Día Internacional contra la Violencia de Género

Orígenes
La fecha del 25 de noviembre fue elegida como conmemoración del asesinato en 1961 de las tres hermanas Mirabal, activistas políticas de la República Dominicana, por la policía secreta del gobernante dominicano Rafael Trujillo. La opción por este día sucedió en 1981, dentro del marco del 1 Encuentro Feminista de Latinoamérica y del Caribe, celebrado en Bogotá, con los objetivos de concienciar y erradicar este grave problema que es una lacra para la sociedad.
Para el movimiento popular y feminista de República Dominicana históricamente estas mujeres han simbolizado la lucha y la resistencia. En ese encuentro, por primera vez en la historia las mujeres levantaron la voz para denunciar el maltrato hacia el sexo femenino, denunciando la violencia de género a nivel doméstico, el acoso sexual, la tortura y los abusos sufridos por prisioneras políticas.
Aunque son cada vez más las mujeres que se atreven a poner nombre y apellidos a la violencia doméstica, el número de mujeres que callan es muy superior al de las que se atreven a hablar. El miedo, la insuficiente protección y el escaso amparo que reciben por parte de la ley son algunas de las causas principales que paralizan a las víctimas.

Abusos, impunidad, violaciones, maltrato físico, psíquico y emocional,  asesinatos que quedan sin justicia, trata de mujeres, niños y niñas

¡DE TODOS Y TODAS DEPENDE PONER FRENO A LA VIOLENCIA DE TODO TIPO!

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